El color «real» de la sangre

18 dic 2019

¿Habrá alguna razón oculta por la que los nobles de antaño sostenían en alto el brazo de su espada? Sí, pero es una razón más ignorada que oculta, ya que los tales nobles sostenían el brazo en alto para mostrar la filigrana de venas azuladas bajo su pálida piel. Con sus venas azuladas pretendían demostrar su genealogía, comprobando así que no habían mezclado su sangre con la de los moros o los judíos. Y por su palidez se distinguían de los campesinos y trabajadores que se bronceaban bajo el sol.

Según el historiador británico Robert Lacey en su obra titulada Aristócratas, ese concepto de «sangre azul» para referirse a la nobleza y a la aristocracia nació en la España del siglo noveno.1 Lo cierto es que se arraigó a tal grado en la sociedad que muchos aún piensan que se refiere exclusivamente a los reyes, y que sea la razón por la que al príncipe que va al rescate de una dama en apuros se le conozca, en español, con el nombre de príncipe azul.2

Sin embargo, otra explicación en cuanto al origen de la «sangre azul», igualmente digna de consideración, es que se debe a la argiria o al saturnismo. Las dos son enfermedades que hacen que la piel y otras partes del cuerpo tomen un tono azulado. La argiria la contrae quien ha sido expuesto excesiva y prolongadamente a la plata, mientras que el saturnismo lo contrae quien ha ingerido un alto índice de plomo. A los aristócratas en particular, sin saberlo, la plata y el plomo los iba intoxicando poco a poco al comer y beber todos los días con cubiertos y copas de plata, como también en vasos, jarras y botellas de cristal.

Es que, desde la antigüedad, al vidrio se le añadía plomo para hacerlo transparente y sobre todo brillante, convirtiéndolo así en cristal, que se usaba comúnmente para hacer vasos, jarras y botellas de gran valor y belleza destinados en gran parte a la aristocracia. El beber todos los días en tales vasos, como también almacenar vinos durante largo tiempo en botellas fabricadas de ese modo, hacía que el líquido acabara pasando al cuerpo del aristócrata que lo bebía y que, con el paso del tiempo, lo fuera intoxicando. Por eso en la actualidad está controlado y restringido el nivel del plomo que contiene el cristal empleado para fabricar objetos de uso común.3

Uno de los relatos más conocidos de la historia universal, que se lee, se recita y se dramatiza alrededor del mundo en cada Navidad, es el del nacimiento de un niño que los profetas de Israel anunciaron que llegaría a ser rey. En calidad de Hijo de Dios, uno de los nombres que se le darían era Príncipe de paz.4 Pero no iba a ser un príncipe azul como los que van al rescate de una dama en apuros, sino que vendría «para servir y para dar su vida en rescate por muchos».5 Y no haría alarde de realeza ni de presunta «sangre azul», sino que, como un Salvador «realmente» humilde, derramaría su sangre, tan roja como la nuestra, para sanarnos de la enfermedad mortal del pecado.6 Más vale que permitamos que venga a nuestro rescate ese Príncipe, llamado Jesús porque su misión era salvarnos de nuestros pecados.7


1 Robert Lacey, Aristocrats (New York: Little, Brown and Company, 1983), citado en Gonzalo López Sánchez, «¿Por qué se dice que los reyes tienen sangre azul?», ABC Casa del Rey, Madrid, 20 junio 2014 <https://www.abc.es/casa-del-rey/20140620/ abci-reyes-sangre-azul-201406191335.html> En línea 28 junio 2019.
2 López Sánchez
3 Manuel J. Prieto, «El origen de la sangre azul de los reyes y los aristócratas» <https://www.curistoria.com/2017/10/ el-origen-de-la-sangre-azul-de-los.html> En línea 28 junio 2019.
4 Is 9:6-7; Mi 5:2
5 Mt 20:28
6 Zac 9:9-10; 1Jn 1:7
7 Mt 1:18–2:12
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