«Nació para amar y ser amada»

29 abr 2019

De no haber sido por la luz de la luna, aquella noche habría sido de una oscuridad impenetrable. Pero a esas tinieblas las penetró la voz de una mujer que, al compás de una guitarra, comenzó a entonar una melancólica canción en perfecta armonía con la tristeza del ambiente. El poeta argentino Esteban Echeverría describe con ternura a la afligida joven en los siguientes versos:

[Dieciocho] años tenía, y en su rostro,
donde el candor de la niñez se pinta,
la sombra pasajera e importuna
de congojoso afán se descubría....

Sus negros ojos, de rasgada forma,
eran focos de amor, luces de vida,
y el fuego de pasiones afectuosas
asomaba [a] través de sus pupilas.

Bella era Celia, al parecer dichosa,
porque todo en redor le sonreía,
porque el mundo, para otros ingrato,
sus codiciados bienes le prodiga.

Era, [sin embargo], infeliz porque el tesoro
que apetecen las almas afectivas...
lo que las hace delirar de pena,
lo que las hace palpitar de dicha,

el amor y sus ansias y deleites,
ella que tierno corazón abriga,
que nació para amar y ser amada,
sintiéndolo ideal, no conocía.

Y entretanto era esposa; a un hombre [brusco]
con lazo indisoluble se [vio] unida,
que entre el ara de Dios y el sacerdote
pronunció el fatal con voz sumisa.

Mintió su labio, o tímido no dijo
lo que su niño corazón sentía,
por complacer de padres ignorantes
el capricho insensato o la codicia.

Prometió amor y fe en sus quince abriles
a un hombre que no amaba, inadvertida;
y cuando abrió los ojos más experta,
ni sintió amor por él, ni simpatía.

Se halló sin porvenir y condenada
a arrastrar existencia aborrecida,
mientras en torno suyo respiraba
todo contento, al parecer, y dicha;

y Celia era infeliz porque no amaba,
porque sonriendo, a su pesar, mentía,
porque sentir amor, manifestarlo,
para su tierno pecho era la vida.

Y Celia algún consuelo solamente
encontraba en la música expresiva
de su [guitarra] amada, cuyo hechizo
de sus horas el tedio adormecía.

Diestra pulsaba el instrumento amigo,
cantaba al son de sus sonoras fibras
las congojas de su alma solitaria,
y en su música y canto embebecida
olvidaba el rigor de su destino....1

No es de extrañar que «La guitarra», título de este emotivo poema de Esteban Echeverría, fuera la compañera de soledad de Celia. Sin duda lo que llevó a su autor a componer sus 668 versos en 1842 y publicarlos siete años después en París, en el Correo de Ultramar, fue su amor por la guitarra. Echeverría la había tocado desde su adolescencia, y se había perfeccionado en ese arte con el maestro Sor en aquella ciudad del amor y de la luz.2 Así mismo, tampoco debiera extrañarnos que, en lo tocante al amor entre personas, Dios destinara a las mujeres como Celia, al igual que nos destinó a los demás, a amar y ser amados. Pues Dios quiere, ante todo, que lo amemos a Él de todo corazón, así como quiere que nos amemos a nosotros mismos como creación suya, y que amemos así mismo al prójimo, sobre todo al cónyuge, tal como Él nos amó y se entregó por nosotros.3


1 Esteban Echeverría, La guitarra, citado en José María Torres Caicedo, Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales poetas y literatos hispano-americanos. Primera serie (I) (París: Librería de Guillaumin y Cia, Editores, 1863); Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011), pp. 383-85 <http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc4f212> En línea 8 octubre 2018.
2 Noé Jitrik, «Esteban Echeverría», en Esteban Echeverría: Vida y obra (Bogotá: Grupo Editorial Norma, Colección Cara y Cruz), pp. 42-43.
3 Lv 19:18; Dt 6:5; Mt 22:36-40; Mr 12:30-31; Jn 3:16; 13:34-35; Ro 13:8; Ef 5:25-33; 1P 3:8; 4:8; 1Jn 3:18; 4:12
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