«La foto con los dos sargentos»

15 jun 2018

«Todo el trayecto hacia el lago de La Arenosa conversamos sobre pesca. Mi papá, que es un experto..., me explicaba cómo atrapar los sargentos.... Por ahora me conformaba con un sargento de dos libras. En verdad, me conformaba con atrapar un solo pescado de cualquier tamaño....

»¡Qué bello paraje ecológico! Desde lo alto, se divisaba el majestuoso lago Gatún, del cual La Arenosa es un brazo....

»Cuando llegamos... ya eran casi las seis de la mañana.... Cuando vi acercarse la lancha al muelle para recogernos..., el guía, un chico trigueño de no más de veinte años..., daba muestras de ser un experto pescador y conocedor del área. Era dueño de su propio bote de aluminio, de alrededor de dieciséis pies, junto con su motor de quince caballos....

»Por fin, llegamos al punto de pesca....

»Luego de un par de horas... trataba de pescar algo, pero... casi había perdido las esperanzas.... Esto de la pesca no es tan divertido como parecía, pensé.

»Ya me sentí frustrado y con ganas de regresar a casa cuando sentí un jalón.... Ya había subido al bote cantidad de algas, que pensaba eran sargentos; dos palos podridos y hasta un zapato viejo; pero nada de peces. Así que cuando sentí el jalón, pensé que era otro desperdicio. Pero no. A casi treinta pies de distancia, se levantó el pez más grande que había visto en mi vida....

»Tanto mi papá como el guía pegaron un grito al ver esto. Generalmente los sargentos no saltan por encima del nivel del agua, a menos que sean muy grandes y por supuesto fuertes. Este definitivamente lo era. Me devolvió el jalón y me dije: Ahora sí voy para el agua. Mi papá me agarró para evitar que el sargento me pescara a mí, mientras yo seguía con dificultad las instrucciones, a veces contradictorias, del guía y de mi papá.

»—¡Hala!

»—¡Suelta!

»—¡Levanta la caña!

»—¡Cuidado te rompe la cuerda!

»Sudaba como sentenciado. Si se me va este pez...

»—¡Toma la caña, papá!

»—¡No, Daniel! ¡Sácalo! ¡Tú puedes!

»El pez, cada vez más cerca, peleaba con valentía.

»—¡Vamos, ya casi!

»—Ese pesca’o sí ’ta grande —dijo el guía.

»Ya estaba justo en el borde del bote cuando... ¡Zas! Mi papá le puso la red de raqueta por debajo, para evitar que el sargento reventara la cuerda al salir del agua.

»¡Diez libras: un sargento de diez libras! No más de quince minutos después, saqué otro casi del mismo tamaño. Mi papá me tomó una foto con mis dos presas. Casi no podía levantarlos con el brazo, por el peso de los dos animales.

»Un tiempo después, la foto con los dos sargentos fue solicitada a mi papá. Aparece en el Internet como muestra de la buena pesca que se atrapa en los lagos panameños. Una copia de casi un metro de alto cuelga de la pared de la oficina de mi papá, la cual muestra a todo el que por alguna razón tiene que llegar a ella. Creo que si los hubiera atrapado él [mismo], no se sentiría tan orgulloso mi papá.»1

¿Qué nos enseña este cuento del escritor panameño Felipe Argote? Que no nos traguemos el cuento de que el manifestarles a nuestros hijos que estamos orgullosos de ellos pudiera hacer que se vuelvan presuntuosos. Sigamos más bien el ejemplo del padre de Argote, quien a su vez siguió el ejemplo del apóstol Pablo. Pues a sus hijos espirituales San Pablo les dijo: «¿Cuál es nuestra esperanza, alegría o motivo de orgullo...? ¿Quién más sino ustedes? Sí, ustedes son nuestro orgullo y alegría.»2


1 Felipe A. Argote S., Cuarto Oscuro (Panamá: DaJa Ediciones, 2000), pp. 40-45.
2 1Ts 2:19-20
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