Los padres de Pascual Duarte

7 dic 2018

«De mi niñez no son precisamente buenos recuerdos los que guardo —narra acerca de su familia el protagonista Pascual Duarte en el capítulo dos de la obra clásica de Camilo José Cela—. Mi padre... era portugués... alto y gordo como un monte.... Yo le tenía un gran respeto y no poco miedo.... Era áspero y brusco, y no toleraba que se le contradijese en nada.... Cuando se enfurecía... nos pegaba a mi madre y a mí las grandes palizas por [cualquier cosa]....

»Mi madre... era también desabrida y violenta. Tenía un humor que se daba a todos los diablos y un lenguaje en la boca que Dios le haya perdonado, porque blasfemaba las peores cosas a cada momento y por los más débiles motivos....

»Se llevaban mal mis padres; a su poca educación se unía su escasez de virtudes y su falta de conformidad con lo que Dios les mandaba... y esto hacía que se cuidaran bien poco de pensar los principios y de refrenar los instintos, lo que daba lugar a que cualquier motivo, por pequeño que fuese, bastara para desencadenar la tormenta que se prolongaba después días y días sin que se le viese el fin....

»Mi madre no sabía leer ni escribir; mi padre sí, y tan orgulloso estaba de ello que se lo echaba en cara cada lunes y cada martes.... Solía llamarla ignorante, ofensa gravísima para mi madre, que se ponía como un basilisco. Algunas tardes venía mi padre para casa con un papel en la mano y, quisiéramos que no, nos sentaba a los dos en la cocina y nos leía las noticias. Venían después los comentarios, y... mi madre, por ofenderlo, le decía que el papel no decía nada de lo que leía y que todo lo que decía se lo sacaba mi padre de la cabeza, y a éste, el oírla esa opinión le sacaba de quicio: gritaba como si estuviera loco, la llamaba ignorante y bruja, y acababa siempre diciendo a grandes voces que si él supiera decir esas cosas de los papeles, a buena hora se le hubiera ocurrido casarse con ella. Ya estaba armada. Ella le llamaba desgraciado y peludo, lo tachaba de hambriento y portugués, y él, como si esperara a oír esa palabra para golpearla, se sacaba el cinturón y la corría todo alrededor de la cocina hasta que se hartaba.... Yo, al principio, [recibía] algún cintarazo que otro, pero cuando tuve más experiencia y aprendí que la única manera de no mojarse es no estando a la lluvia, lo que hacía, en cuanto veía que las cosas tomaban mal cariz, era dejarlos solos y marcharme. Allá ellos.»1

¡Qué tristes esos recuerdos de La familia de Pascual Duarte del Premio Nobel Camilo José Cela! Pero más triste aún es que el escritor español los haya puesto en boca del protagonista de su novela por el hecho de reconocer la importancia de concientizar al mundo del siglo veinte sobre la violencia doméstica física y verbal de la que siguen siendo víctimas un sinnúmero de mujeres y niños en el siglo veintiuno. ¿Será porque los agresores no tienen remedio?

Gracias a Dios, para todo agresor que tome conciencia de ese pecado y se arrepienta, sí hay remedio. Es la sangre que Jesucristo, el Hijo de Dios, vertió en la cruz del Calvario, dejándose maltratar al extremo de morir por nosotros, para salvarnos del pecado que nos lleva al extremo de maltratar aun a nuestros seres más queridos. Más vale que nos apropiemos cuanto antes de ese remedio que nos limpia de todo pecado.2


1 Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte (Barcelona: Ediciones Destino, Colección Destinolibro. Vol. 4, 1994), pp. 29-32.
2 Jn 10:11-18; 1Co 15:3; Gá 1:4; Ef 5:2; Fil 2:5-8; 1Jn 1:7-9
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