Dos platos «suculentos»

16 oct 2017

(Día Mundial de la Alimentación)

Cuenta Marco Antonio Rosa que, cuando tenía siete años, por ser un niño inquieto y travieso, su mamá lo mandó primero a vivir con unos parientes en Olancho, y posteriormente a vivir con sus tías en Tegucigalpa, con las que se ganó la comida y el alojamiento ayudando en las labores caseras. Como todos los jueves y domingos, ahí mismo en la casa, vendían mondongo en porciones de a cincuenta centavos y de a un peso, un día sus tías le dijeron:

—Te vamos a enseñar a conciencia la manera más [eficaz] de lavar la panza de la res con que se confecciona el mondongo: mucha agua y mucho limón....

«Se trataba de la panza de la res —comenta el escritor hondureño en su obra autóctona titulada Mis tías «las Zanatas»—. [Ese es el] ingrediente básico para este suculento plato, que quién sabe qué puerco de nuestros antepasados inventó que se podía comer. A principios del siglo, esta parte de la res era destinada para matar el hambre de los perros, y conste que muchos de ellos la [rechazaban]. En la actualidad la comemos con deleite moros y cristianos. Así es la vida; otrora también el hígado de la res se destinaba como manjar barato para mimar el paladar de los gatos. Hoy día no sólo es un alimento perseguido, sino que ascendió a la categoría de reconstituyente vitaminado.»1

Marco Antonio Rosa tiene razón. ¡Es increíble cómo cambian los conceptos de la ciencia médica y la ciencia de la nutrición con respecto a ciertos alimentos! Y conste que no sólo se califican ahora de buenos algunos alimentos que antes se juzgaban malos, sino que sucede también a la inversa: algunos alimentos que antes se consideraban buenos ahora se descartan por ser malos.

¿Hay algo que podamos hacer para resolver el dilema  de comer o no comer algo cuando nos asalta la duda? Sí, gracias a Dios, hay un pasaje bíblico que puede servirnos. En los últimos tiempos —le dice el apóstol Pablo a Timoteo, su hijo espiritual— habrá gente que prohibirá comer ciertos alimentos. «Pero Dios creó todos los alimentos para que nosotros los comamos y le demos las gracias por ellos. Los creó para todos los que confiamos en él y conocemos la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno, y podemos comer de todo sin rechazar nada, si le damos las gracias. Por tanto, podemos comerlos porque Dios así lo ha dicho, y porque nosotros hemos orado por esos alimentos.»2

Ya que San Pablo afirma que Dios creó los alimentos para todos los que confiamos en Él y conocemos la verdad, lo único que nos falta para despejar toda duda es confiar en Dios y asegurarnos de que conocemos la verdad. En esa misma carta a Timoteo, el apóstol Pablo dice que Dios nuestro Salvador quiere que todos seamos salvos y lleguemos a conocer la verdad de que «hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos».3 No dejemos de darle a Dios las gracias no sólo por los alimentos físicos sino también por la salvación y la libertad espiritual que nos ha provisto.


1 Marco Antonio Rosa, Mis tías «las Zanatas», 10a. ed., corregida y aumentada (Tegucigalpa: Graficentro Editores, 2015), pp. 11-13.
2 1Ti 4:1-5 (TLA)
3 1Ti 2:3-6
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