2 ago 2004

El toque de una mano

por el Hermano Pablo

Fueron treinta y cinco toneladas. Treinta y cinco toneladas de cemento de construcción, junto con su refuerzo de hierro, que cayeron sobre las piernas de Brigett Gerney. El accidente ocurrió en la ciudad de Nueva York. Un edificio en construcción se había derrumbado, y la joven había quedado prisionera. Prisionera del terror, del miedo, del espanto, y del enorme peso del cemento.

Un oficial de la policía, Pablo Ragonese, tomó la mano de la muchacha y, animándola con sus palabras de aliento, la sostuvo por más de seis horas. Fue ese toque de una mano amiga, consoladora, lo que salvó a la joven del colapso mental y probablemente de la muerte.

¡Qué valor tiene en la vida el toque de una mano reconfortante! Hay hombres en la cárcel que en medio de su desesperación se animan por el apretón de manos que les da un amigo. Eso es suficiente para levantarles el espíritu. Sin ese consuelo, no tendrían para qué vivir.

Hay jóvenes atletas que, en medio del nerviosismo y del desasosiego que produce una competencia olímpica, reciben ánimo de amigos, familiares y entrenadores hasta llegar al triunfo. ¿Qué es lo que esos amigos ofrecen? Un cálido y fortalecedor apretón de manos.

Hay moribundos que mueren en paz cuando sienten, en los últimos alientos de su vida, la mano tierna y afectuosa de alguien que los ama.

El toque de la mano, cuando se hace con sincera amistad y con interés puro y altruista, es mucho más confortador que sólo palabras. En el toque de la mano hay siempre un cálido mensaje, inaudito pero poderoso, que puede unir dos almas en perpetua amistad.

El Hijo de Dios mismo, Jesucristo, sabía usar con cariño y con poder el toque de la mano. Una vez tocó con su mano a un leproso, algo completamente desusado y socialmente reprochado, y el leproso sanó. Otra vez tocó con sus manos los ojos de un ciego, y éstos recibieron la vista. Otra vez extendió tiernamente la mano a una mujer con fiebre, y la fiebre la dejó al instante. Y en otra ocasión, cuando vio a una querida madre llorar la muerte de su hijo, tocó el cadáver del joven que llevaban a enterrar, y el joven volvió a vivir.

En todo el mundo hay quienes necesitan hoy mismo el toque de una mano amiga. Cristo está dispuesto a poner su mano bendita sobre éstos que han estado sintiendo el desaliento y la tristeza, de modo que sientan más bien, con una emoción indecible, el toque de esa mano salvadora.

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