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(Antevíspera del Aniversario de la Entrega del Premio Nobel a Ernest Hemingway) Escrita en 1951 en la isla de Cayo Blanco (frente a la playa de Varadero en Cuba), fue la última obra de ficción importante publicada en vida de Ernest Hemingway, y tal vez su más famosa. Considerada una de las obras más destacadas del siglo veinte, le mereció el Premio Pulitzer en 1953, un año antes de que Hemingway recibiera el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. Se trata de El viejo y el mar, novela breve que cuenta la historia de Santiago, un pescador cubano, ya anciano, que lleva ochenta y cuatro días sin pescar nada. Harto de su mala racha, se propone salir solo —sin Manolín, el joven que antes lo acompañaba—, y no regresar a tierra hasta volver a tener éxito mar adentro en el Caribe. Por fin logra enganchar un enorme marlín, pero traba con el pez una lucha a muerte que dura tres días. El viejo logra finalmente matar a su gigantesca presa, más grande aún que su esquife, pero en el camino de regreso a casa diversos tiburones poco a poco devoran el pez, dejándolo sin carne. Menos mal que la enormidad del esqueleto basta para que recupere el respeto de sus compañeros de pesca y refuerce la admiración del joven Manolín, que decide volver a pescar con él. Antes de aquella faena, Santiago le había dicho a Manolín: «Ojalá no se presente un pez tan grande que me haga quedar en mal lugar.» Y el joven le había asegurado: «Si sigue usted tan fuerte como dice, no habrá pez que pueda con usted», a lo que el viejo había contestado: «Quizá no lo sea tanto como creo. Pero conozco muchos trucos y soy un hombre decidido.»1 A lo largo de los tres días de su épica lucha contra el marlín, el viejo exclamó: «¡Ojalá estuviese aquí el chico para ayudarme!» Pero no fue una sola vez; fueron cinco las veces que se lamentó: «¡Ojalá estuviese aquí el chico!» Y en una de esas añadió: «Nadie debería estar solo de viejo».2 Gracias a Dios, a la inversa de cómo al final Santiago ya no tendría que estar solo de viejo en las luchas que le esperaban, sino acompañado por su discípulo Manolín, nosotros como discípulos de Cristo no tenemos que estar solos en las luchas que enfrentaremos, sino que podemos estar siempre acompañados por Él como nuestro Maestro. Eso fue precisamente lo que Jesucristo, siendo el Hijo de Dios, les prometió a sus discípulos antes de regresar a su hogar en el cielo para estar de nuevo al lado del Padre celestial. Habiendo acabado de vencer a nuestro enemigo mortal al pagar el castigo por nuestro pecado, Jesús les dijo: «Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.»3 Lo cierto es que eso es lo que más necesitamos, ya que, tal como nos advierte el apóstol Pablo: «Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra... fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales».4 Más vale entonces que nos aseguremos de ir acompañados por Cristo, para que con su fuerza divina ¡no haya pez maligno que pueda con nosotros! |
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