25 ene 2023

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El tiburón a los ojos del pez
por Carlos Rey

(Víspera del Día Internacional del Pescador)

Al pueblo japonés le gustaba mucho el pescado fresco. Pero ya hacía décadas que no había muchos peces en las aguas cerca de Japón. Por eso, a fin de alimentar a la población, los barcos pesqueros japoneses llegaron a ser cada vez más grandes y a navegar a mayor distancia de las costas.

Cuanto más se alejaban los pescadores, más se demoraban en volver con los peces. Y cuanto más se demoraban en regresar con los peces, menos frescos llegaban a ser.

Como el pescado no era fresco, a los japoneses no les gustaba su sabor. Para resolver ese problema, las compañías pesqueras instalaron en sus barcos congeladores en los que transportaban los peces. Los congeladores permitieron que los barcos se alejaran aún más de las costas y pescaran durante un tiempo más prolongado. Pero el pueblo japonés podía distinguir entre el pescado fresco y el congelado, y como a casi nadie le gustaba el sabor del congelado, tocó venderlo a menor precio.

Así que las compañías pesqueras instalaron tanques de agua en los barcos para transportar los peces vivos hasta el puerto. Pero cuando el tanque se llenaba, los peces se cansaban de nadar como perritos, y de ahí en adelante no se movían. Llegaban vivos, pero cansados y desganados.

Lamentablemente, aun así a los japoneses no los convencía el sabor. Por haber permanecido inmóviles los peces durante varios días, el pescado no les sabía fresco.

Ante semejante crisis, por fin se les ocurrió meter un pequeño tiburón en cada tanque. Y resultó que el tiburón se comía algunos peces, pero la mayoría de los peces llegaban sanos y salvos, aunque con mucha energía. ¡El desafío constante los hacía permanecer en movimiento, de modo que sobrevivían y llegaban en muy buen estado! Y ese pescado, por la alta demanda que produjo, se pudo volver a vender a mayor precio.1

De ahí que alguien acuñara la frase: «¡Pon un tiburón en tu tanque, y verás qué tan lejos puedes llegar!»

Lo cierto es que los seres humanos tenemos algo en común con esos últimos peces. El apóstol Santiago lo expresa de la siguiente manera: «Hermanos en Cristo, ustedes deben sentirse muy felices cuando pasen por toda clase de dificultades. Así, cuando su confianza en Dios sea puesta a prueba, ustedes aprenderán a soportar con más fuerza las dificultades. Por lo tanto, deben resistir la prueba hasta el final.... Si alguno de ustedes no tiene sabiduría, pídasela a Dios.... [pero] con la seguridad de que Dios se la dará. Porque los que dudan son como las olas del mar, que el viento lleva de un lado a otro.... Al que soporta las dificultades, Dios lo bendice y, cuando las supera, le da el premio y el honor más grande que puede recibir: la vida eterna, que ha prometido a quienes lo aman.»2

De modo que, gracias a Dios, a diferencia de aquellos peces, para los que hayamos seguido a su Hijo Jesucristo fielmente hasta la muerte, lo que nos espera en la costa del cielo no es ser devorados sino ser acomodados felizmente en el hogar celestial que Él nos ha preparado.3


1 «Keep the shark in the tank» [Mantenga el tiburón en el tanque], Wit and Wisdom Stories [Historias sabias e ingeniosas], En línea 29 junio 2022.
2 Stg 1:2-4,5,6,12 (TLA)
3 Jn 14:1-3; Ap 2:10