23 mayo 2022

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de nuestro puño y letra
«Dos cosas que todo ser humano espera»
por Carlos Rey

(Víspera del Bicentenario de la Batalla de Pichincha)

Uno de los aspectos más alentadores de la Batalla de Pichincha, cuya gloriosa victoria libertó a Quito y selló la independencia del Ecuador, es la hermandad de las fuerzas patriotas en su enconada lucha contra las fuerzas españolas. Bajo el mando del General de Brigada Antonio José de Sucre, aquel histórico 24 de mayo de 1822 combatieron en equipo contra las tropas realistas del General Melchor Aymerich una ola tras otra de batallones —los peruanos Piura y Trujillo, el ecuatoriano Yaguachi, los colombianos Alto Magdalena y Paya, y el británico Albión— para alcanzar la libertad de la dominación española.1 Esa es justamente la aplicación que hace de «La Batalla del Pichincha» la poetisa ecuatoriana Karina Gálvez al siguiente poema épico al que le puso ese mismo título:

Agotadas nuestras fuerzas por dos derrotas en Huachi,
juntamos los esfuerzos de Paya, Albión y Yaguachi
con los de Alto Magdalena, los Lanceros y Dragones,
que con armas y caballos lucharon como leones.

Fue paralelo a los Chillos que con una gran estrategia
nos libramos de mosquetes escondidos en las ciénagas.
Y con bayoneta en mano libramos una batalla
de las más desiguales que se haya visto en pantalla.

Colombianos, altoperuanos, argentinos, venezolanos,
neogranadinos, irlandeses, franceses y ecuatorianos
nos transformamos en una fuerza de unión ultraamericana
que traspasó las fronteras de la gran historia humana.

«¡Libertad!» gritaban desde sus rocines los del Trujillo y del Paita,
«que en las faldas del Pichincha, aunque nos falte la calma,
con los Granaderos de los Andes construiremos el camino
de pueblos que sólo aceptan independiente destino.»

Antonio José de Sucre, hombro a hombro con Abdón,
ayudó a vengar la muerte del padre de Calderón.
Dos mil novecientos setenta y uno se convirtieron en uno,
para ganar, con sangre, los derechos de cada uno.

Es preciso recordar la estrategia del Albión,
que apareció, cual milagro, en la cumbre junto al sol.
Aymerich hubo de rendirse porque ni sus mosquetas
desarmaron el coraje de nuestras bayonetas.

La Batalla del Pichincha abrió el paso a toda América
a disfrutar de dos cosas que todo ser humano espera:
vivir libres, con justicia, con respeto y soberanos,
cubiertos con la bandera del amor a los hermanos.2

Gracias a Dios, para lograr esa hermandad en el siglo veintiuno, sólo hace falta que en nuestra propia guerra de independencia contra las fuerzas de nuestro enemigo común —que es el mortal enemigo de nuestra alma—tomemos la única decisión estratégica que garantiza el triunfo —la de combatir bajo la bandera de su Hijo Jesucristo como nuestro Comandante en Jefe—, y que reclutemos a otros a fin de luchar en equipo, hombro con hombro, para alcanzar la libertad espiritual.3


1 Isaac J. Barrera (Secretario de la Junta del Centenario, por mandato de ésta), Relación de las fiestas del Primer Centenario de la batalla de Pichincha, 1822-1922 (Quito: Talleres Tipográficos Nacionales, 1922, pp. 22-23 <http://www.columbia.edu/cu/lweb/digital/ collections/cul/texts/ldpd_7439107_000/ldpd_7439107_000.pdf> En línea 3 diciembre 2021; y Efrén Avilés Pino, «Batalla del Pichincha», Enciclopedia del Ecuador, Historia del Ecuador <http://www.enciclopediadelecuador.com/ historia-del-ecuador/batalla-del-pichincha> En línea 3 diciembre 2021.
2 Karina Gálvez, «La Batalla del Pichincha» <http://karinagalvez.com/node/2> En línea 3 diciembre 2021.
3 Mt 28:18-20; Jn 8:31-36; Ef 6:10-18; Col 2:14-15; 1P 5:8; 1Jn 3:8; Ap 19:11; 20:10