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(21 de marzo: Día Internacional de la Poesía) Sólo unos meses después de la muerte de Leopoldo Lugones en 1938, su coterráneo argentino Jorge Luis Borges afirmó: «Decir que acaba de morir el primer escritor de nuestra república, decir que acaba de morir el primer escritor de nuestro idioma, es decir la estricta verdad y es decir muy poco».1 Veintiséis años antes, Lugones mismo, en su obra titulada El libro fiel, había descrito en versos un sueño acerca de su muerte. Eso es, por lo menos, lo que implica el título «Historia de mi muerte» que le dio al poema, a pesar de que auguraba más bien la muerte de su amor: Soñé la muerte, y era muy sencillo: En estos trágicos versos Lugones demuestra lo cautivador que es el amor, y lo lenta que es la muerte del amor. Para los que nos identificamos tristemente con esa pérdida, ya sea por la muerte o por la separación de una persona muy amada, ¡qué difícil es «soltar el cabo» que nos ligaba! Es que sabemos por experiencia que el fin abrupto de ese amor es doblemente fatal, pues descompone la vida tanto de quien se va como de quien se queda. En el libro poético del Cantar de los Cantares, la novia exclama al comienzo:
Más tarde tiene un sueño, que describe en los siguientes versos: «En medio de mis sueños Y al final del Cantar de los Cantares la novia exclama: «¡Tan fuerte es el amor Gracias a Dios, debido a esa llama de amor que Él mismo encendió, un amor sin igual que lo llevó a disponer que su Hijo Jesucristo muriera por nosotros después de sufrir el abandono de quienes lo amaban,4 podemos afirmar con absoluta certeza que ¡nadie comprende como Él la pérdida del amor de nuestra vida! |
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