29 sep 2021

imprimir
de nuestro puño y letra
«Ayúdame a acabar mi camino»
por Carlos Rey

(Antevíspera del Día Internacional de las Personas de Edad)

«Ustedes y yo llegaremos a viejos; yo milito ya en la tercera edad —escribió el editorialista David Samaniego Torres en el Diario El Universo de Guayaquil, Ecuador, en agosto de 2005—. El trato que damos a nuestros mayores, ¿es el que queremos que nos den a nosotros? [Examinémonos a la luz de] esta carta escrita por los dedos de un anciano:

 »“ El día que me veas mayor, y ya no sea yo, ten paciencia e intenta entenderme. Cuando comiendo me ensucie, cuando no pueda vestirme, ten paciencia: recuerda las horas que pasé enseñándote. Si, cuando hablo contigo, repito las mismas cosas mil y una veces, no me interrumpas y escúchame: cuando eras pequeño, a la hora de dormir, te tuve que explicar mil y una veces el mismo cuento hasta que te entraba el sueño.

»“No me avergüences cuando no quiera ducharme, ni me riñas. Recuerdo cuando tenía que perseguirte, y las mil excusas que inventaba para que quisieras bañarte.

»“Cuando veas mi ignorancia sobre las nuevas tecnologías, te pido que me des el tiempo necesario y no me mires con tu sonrisa burlona. Te enseñé a hacer tantas cosas: comer bien, vestirte y cómo afrontar la vida....

»“Cuando en algún momento pierda la memoria o el hilo de nuestra conversación, dame el tiempo necesario para recordar. Y si no puedo hacerlo, no te pongas nervioso: seguramente lo más importante no era mi conversación, y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas.

»“Si alguna vez no quiero comer, no me obligues. Conozco bien cuándo lo necesito y cuándo no.

»“Cuando mis piernas cansadas no me dejen caminar, dame tu mano amiga de la misma manera en que yo lo hice cuando tú diste tus primeros pasos....

»“Algún día descubrirás que, pese a mis errores, siempre quise lo mejor para ti y que intenté preparar el camino que tú debías [recorrer]. No debes sentirte triste, enfadado o impotente por verme de esta manera; debes estar a mi lado. Intenta comprenderme, y ayúdame como yo lo hice cuando tú [empezabas] a vivir. Ahora te toca a ti acompañarme en mi duro caminar. Ayúdame, con amor y paciencia, a acabar mi camino. Yo te pagaré con una sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido”.»1

¡Qué conmovedora esta súplica de un anciano a sus hijos y a sus nietos que también forma parte de la obra del escritor Samaniego titulada Más acá de mis circunstancias, que se publicó en 2009! Con razón que, antes de citarla, el autor alude a la regla de oro. Es que el tratar a los demás tal y como queremos que nos traten a nosotros, como enseña Jesucristo en el Sermón del Monte, incluye, por supuesto, a nuestros mayores. Pero Jesús luego señala que el tratar con amor y compasión a quienes ya nos aman no tiene nada de extraordinario.2 De ahí que tratar bien a nuestros padres y abuelos que nos aman entrañablemente debiera ser lo más fácil y natural del mundo. Y sin embargo todos sabemos lo fácil que es olvidarnos de hacerlo. Más vale entonces que nos examinemos preguntándonos, como nos exhorta el profesor Samaniego: ¿El trato que les estamos dando a nuestros mayores es el mismo que queremos que nos den a nosotros?


1 David Samaniego Torres, «Abuelos, madres, padres», Diario El Universo, 3 agosto 2005 <http://www.eluniverso.com/core3/ eluniverso.asp?page=columnista&id=21&tab=1&contid=3E612DBDCE11429FBB7DD936F8FF5514&EUID=''> En línea 14 abril 2006; y «¡Abuelo, hijos... nietos!», Más acá de mis circunstancias (Samborondón, Ecuador: Universidad ECOTEC, abril 2009), pp. 116-17 <https://biblio.ecotec.edu.ec/revista/publicaciones/40281_LIBRO_ECOTEC.pdf> En línea 24 marzo 2021.
2 Lc 6:27-36