17 mar 2021

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de nuestro puño y letra
«El jardín de Darwin» (2a. Parte)
por Carlos Rey

(21 de marzo: Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial)

En la última página de su libro titulado El origen del hombre, Carlos Darwin dijo que preferiría ser descendiente de un mono que de un «salvaje». Es que, al describir a los de piel más oscura, Darwin empleaba con frecuencia palabras como «salvaje», «bajo» (con el sentido de un ser inferior) y «degradado» para describir a los indígenas de las Américas, los pigmeos y casi todo grupo étnico cuya apariencia física y cultura difería de la de él. En sus obras, a los pigmeos se les compara con «los organismos inferiores».

Si bien el racismo no comenzó con el darwinismo, Darwin hizo más que ninguna otra persona para popularizarlo. Después de presuntamente «comprobar» que todos los seres humanos descendieron de los monos, era natural concluir que algunas razas habían descendido más que otras. Él opinaba que algunas razas —las blancas, para ser más precisos— han dejado rezagadas a las demás, mientras que otras razas (especialmente los pigmeos) se han desarrollado muy poco. De ahí que el subtítulo de su obra clásica publicada en 1859, El origen de las especies, fuera La preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Aquel libro trataba sobre la evolución de los animales en general, mientras que su obra posterior, El origen del hombre, aplicó su teoría a los seres humanos.

A medida que seguían diseminándose las semillas del darwinismo en el siglo veinte, fue generalizándose la idea de que los negros evolucionaron de los gorilas más fuertes pero menos inteligentes, los asiáticos evolucionaron de los orangutanes, y los blancos evolucionaron de los primates más inteligentes de todos, los chimpancés. Con tales conclusiones se justificó en todo el mundo el racismo, la opresión y el genocidio.1

Tristemente, aun hoy el darwinismo y la aceptación de la evolución humana contribuyen a que respetables profesionales normalmente dedicados a la preservación de la vida humana justifiquen su participación en la matanza de millones de seres humanos en el vientre de su madre. A esos niños por nacer, al igual que a los aborígenes del pensamiento darwiniano temprano, se les considera «aun no del todo humanos». Es que cuando abandonamos o rechazamos la autoridad de la Palabra de Dios, ya no queda fundamento alguno para la moralidad y la justicia en el mundo, y se emplea únicamente la razón humana para justificar la maldad en todas sus formas, incluso el racismo, la eutanasia y el aborto. En todas las generaciones, cuando los seres humanos han carecido de autoridad absoluta alguna para distinguir entre lo bueno y lo malo, se han inventado un sinnúmero de excusas para justificar semejantes abusos.

«¿Hay en la actualidad esperanza alguna de eliminar el racismo? —pregunta el profesor Ken Ham en su libro titulado Una sola raza, una sola sangre: La respuesta bíblica al racismo—. Yo sí creo que la hay —contesta Ham— si es que nos ponemos de acuerdo en que tanto los principios de la Biblia como los hechos de la ciencia son herramientas indispensables y poderosas para arrancarlo de raíz del jardín de Darwin...»2


1 Ken Ham, «Darwin’s Garden» [El jardín de Darwin], 11 diciembre 2008, Traducción mía <https://answersingenesis.org/charles-darwin/racism/darwins-garden> En línea 22 septiembre 2020 (Capítulo 1 del libro One Race, One Blood: The Biblical Answer to Racism [Una sola raza, una sola sangre: La respuesta bíblica al racismo] por Ken Ham y A. Charles Ware (Green Forest, Arkansas, E.U.A.: Master Books, Revisado y actualizado junio 2019).
2 Ibíd.