17 feb 2021

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de nuestro puño y letra
«La valiosa ayuda de Aristóteles»
por Carlos Rey

«Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el Convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

»Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

»Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

»Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

»—Si me matáis —les dijo—puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

»Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

»Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.»1

Así termina el cuento titulado «El eclipse» del singular escritor centroamericano Augusto Monterroso Bonilla, que nació en Honduras, pasó su infancia y juventud en Guatemala (donde se hizo ciudadano) y posteriormente desarrolló su sobresaliente vida literaria en México. ¡Con razón que se le califique al profesor Monterroso de maestro de la ironía! Es inmejorable el tono irónico del que se vale al final al referirse a «la valiosa ayuda de Aristóteles», siendo cierto todo lo contrario: que ni la «cultura universal» del fraile ni «su arduo conocimiento de Aristóteles» le sirvieron para nada, ya que los mayas sabían más que él.

Por algo será que se cita con tanta frecuencia el siguiente proverbio del sabio Salomón, a modo de consejo, que a todos nos conviene llevar de continuo a la práctica: «Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia.»2


1 Augusto Monterroso, «El eclipse», Obras completas (y otros cuentos) (México, D.F.: Ediciones Era, 1990), pp. 51-54.
2 Pr 3:5