19 mar 2020

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de nuestro puño y letra
El prejuicio racial y la sed de venganza
por Carlos Rey

(Antevíspera del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial)

—[Obispo Larra,] mi querido prelado... De mí depende la paz de esta plaza... pero debe usted comprender que mi caída del poder significaría la más sangrienta revuelta que jamás haya visto esta colonia....

—Baltasar, Baltasar... No vuele tan alto; ni quiera ser dueño de tantas vidas....

—No intente disimular su derrota. Soy el hombre más poderoso de toda la estancia, y usted, [obispo Larra,] hombre avezado a estas artes, lo sabe muy bien. ¿Por qué soy el más poderoso? Pues le diré: Conozco el miedo que ustedes sienten cada vez que miran a un negro, y puedo lograr, con un gesto, o con mi martirio, una gran cacería de blancos.... El total de negros en la ciudad excede a la población blanca en proporción de siete a uno. Vea usted, mi queridísimo prelado, que soy el dueño de vidas y haciendas....

—Baltasar..., si las autoridades se tornan en su contra, el desenlace, tanto para su pueblo como para el mío, será la más terrible destrucción.

—Esas consideraciones no me interesan. Me interesa humillar a los blancos, a los verdugos de mi padre.... La humillación del blanco es la única libertad que desea el negro.

—Pertenece usted[, Baltasar,] a los más temibles humanos. Su lógica es implacable, y no se compadece de las muy humanas debilidades.

—Tiene usted razón, mi querido prelado. Me limito a jugar con las pasiones ajenas. La vida de los hombres no es para mí un reclamo de compasión, sino la oportunidad de ejercitar mis habilidades.1

En esta novela dramatizada que lleva por título La renuncia del héroe Baltasar, el escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá recrea un ficticio levantamiento de esclavos en la isla de Puerto Rico, protagonizado por una figura situada entre el mito y la historia, el indomable personaje Baltasar Montañez. Es una historia que no fue, pero pudo haber sido, una historia que teje la trama de un falso siglo dieciocho en el que se vislumbra el fin próximo del régimen colonial y de la esclavitud. Mediante el atrevido diálogo con que la relata, Rodríguez Juliá penetra en el mundo sombrío del prejuicio racial a fin de que comprendamos el extremo al que es capaz de rebajarse el ser humano con relación al prójimo.

Por una parte, vemos el extremo de la discriminación racial de un grupo hacia otro grupo al que menosprecia; por otra parte, vemos el extremo de la sed de venganza que consume a un poderoso miembro del grupo esclavizado que ha sido víctima de semejante injusticia. Y todo esto a pesar de la clara enseñanza de la Palabra de Dios siglos atrás, en la que hemos tenido la solución a todos los conflictos en las relaciones humanas: que amemos al prójimo como a nosotros mismos,2 aun en el caso extremo de que sea nuestro enemigo;3 y que dejemos que sea Dios quien nos vindique y defienda nuestra causa. Porque así como no hay nadie que ame a todos por igual más que Dios mismo,4 que nos creó a todos iguales,5 tampoco hay nadie que juzgue a todos por igual con más justicia que ese mismo Dios que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré.»6


1 Edgardo Rodríguez Juliá, La renuncia del héroe Baltasar, Editorial Cultural (Harrisonburg, Virginia, EE.UU.: Banta Company, 1986), pp. 31‑33.
2 Lv 19:18; Mt 19:19; 22:39; Mr 12:31; Lc 10:27; Ro 13:9; Gá 5:14; Stg 2:8
3 Mt 5:43; Lc 6:27,35; Ro 12:20
4 Jer 31:3; 33:11; Jn 3:16; 15:13; 1Jn 3:1,16
5 Gn 1:27; 5:1-2; Nm 15:15; Job 33:6; Gá 3:28
6 Dt 32:35; Ro 12:19; Heb 10:30-31 (véanse Sal 94:1-2; Is 63:4; Jer 15:15; 20:12; Nah 1:2-3; Stg 4:12)