31 jul 2020

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de nuestro puño y letra
«Más que un juego»
por Carlos Rey

«Era más que un juego: era un deporte elevado al estatus de disciplina moral.... Ningún otro deporte enseñaba de un modo tan devoto la importancia del esfuerzo, del sufrimiento y del sacrificio en la búsqueda de un objetivo común.» Eso fue lo que los Hermanos Cristianos Irlandeses del Colegio Stella Maris, ubicado en el barrio Carrasco de Montevideo, Uruguay, le enseñaron a Nando Parrado acerca del rugby.

En su libro sobre la tragedia en los Andes en que se estrelló el avión que llevaba a su equipo de rugby, Parrado dice: «El objetivo del rugby es controlar [la pelota] (normalmente mediante una combinación de destreza, velocidad y fuerza bruta) y después, pasándola con habilidad de un jugador a otro corriendo a toda velocidad, [intentar tocar la línea de in goal, o patear la pelota de sobrepique, para que pase entre las haches (drop), y así] obtener puntos. El rugby puede ser un juego de asombrosa velocidad y habilidad, un juego de pases precisos y brillantes maniobras de evasión, aunque... la esencia del juego sólo puede hallarse en la montonera violenta y controlada denominada scrum.... En esa formación, los jugadores de cada equipo se alinean en tres filas en las que los jugadores, hombro con hombro, tienen los brazos entrelazados con firmeza para formar una red humana entretejida....

»... No puedes aislar tu propio esfuerzo individual de todo el scrum —comenta Parrado—. No sabes dónde acaba tu fuerza y empiezan los esfuerzos de los demás.... Durante un instante, te olvidas de ti mismo y pasas a formar parte de algo más grande y poderoso de lo que tú podrías ser. Tu esfuerzo y tu empeño se desvanecen en el empeño colectivo del equipo y, si este empeño aúna y se concentra, el equipo avanza y la [montonera] empieza a moverse por arte de magia....

»... El portador [de la pelota] será [acompañado] durante todo su avance, se [generarán formaciones donde la pelota puede ser recuperada por el adversario], y cada centímetro será una batalla; pero entonces uno de [tus] compañeros encontrará un ángulo, una pequeña ventana de luz y, con un gran esfuerzo final, pasará de largo como un rayo a los últimos defensas y, [controlando la pelota,] se lanzará a [apoyarla sobre] la línea de [in goal] para conseguir puntos....Todo el laborioso trabajo de combate se convierte en una danza magnífica en la que nadie puede atribuirse el mérito, dado que se llega a la línea de [in goal] centímetro a centímetro, gracias a la acumulación del esfuerzo individual y al margen de quién [la] cruza finalmente con [la pelota]....

»Para mí, ésta es la esencia del rugby —concluye Parrado—. Ningún otro deporte te da una sensación tan intensa de altruismo y de compartir un objetivo. Creo que ésa es la razón por la que los jugadores de rugby de todo el mundo sienten tanta pasión por este deporte y [tanta] hermandad.»1

¡Con razón que aquellos Hermanos Cristianos Irlandeses consideraban el rugby como una disciplina moral! Sin duda uno de sus pasajes bíblicos favoritos era este del apóstol Pablo: «Llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad.... Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.»2


1 Nando Parrado, Milagro en los Andes: Mis 72 días en la montaña y mi largo regreso a casa (Barcelona: Editorial Planeta, 2006), pp. 22-24.
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