|
|||||||||
Cuentan que, en su lecho de muerte, advirtió que no quería en su funeral «ni cura discreto, ni fraile humilde ni jesuita sabihondo», y que en su interminable agonía exclamaba: «¡Me muero! ¡Pero lo que tarda esto!» Así mismo cuentan que durante su entierro en el cementerio de Boisaca, celebrado el 6 de enero, Día de Reyes, de 1936, mientras la muchedumbre y las autoridades públicas locales le daban su último adiós bajo una lluvia torrencial, un joven anarquista se abalanzó sobre el ataúd, que ya se encontraba en la fosa abierta de la tumba, para arrancar la cruz que figuraba en la tapa, por lo que la tapa se quebró, dejando al descubierto el cadáver ante el horror de los asistentes, y que, por si todo eso fuera poco, el furioso joven agitador cayó rodando a la fosa, de donde tuvieron que sacarlo. Ese mismo día el periódico carlista El Siglo Futuro publicó la noticia de su defunción en estos términos:
Lo cierto es que no podemos menos que concluir que aquella muerte fue espectacular, de veras digna de una de las famosas escenas esperpénticas creadas en vida por el difunto, el dramaturgo gallego Ramón María del Valle-Inclán, sobre todo, y de no ser porque todo, es falso... todo menos aquel inconscientemente cómico obituario. Fue así como su leyenda no murió con él, sino que con el paso del tiempo fue creciendo, como quien se encarnó en el personaje que creó y por el que más se le recuerda: el Marqués de Bradomín. En su Sonata de invierno, que consta de las Memorias del Marqués, éste se compadece de Fray Ambrosio, a quien califica como «aquel pobre enclaustrado que prefería la Historia a la Leyenda, y se mostraba curioso de un relato menos interesante, menos ejemplar y menos bello que mi invención. ¡Oh, alada y riente mentira! —exclama el marqués—. ¿Cuándo será que los hombres se convenzan de la necesidad de tu triunfo?» Y remata rindiéndole pleitesía a la mentira con esta bella figura retórica: «¡Salve, risueña mentira, pájaro de luz que cantas como la esperanza!»2 No nos queda más que hacerle eco a la despedida definitiva del obituario, diciendo: «Dios lo haya perdonado.» Pero conste que nosotros lo decimos como quienes estamos muy conscientes de que todos hemos pecado y necesitamos con urgencia ese perdón divino, y que Jesucristo, el Hijo de Dios, aseveró más bien que lo que de veras nos libera de las cadenas de este mundo no es conocer la mentira sino conocer la verdad.3 |
|||||||||
|