21 jun 2019

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de nuestro puño y letra
«¡Misericordia, ignorante!»
por Carlos Rey

«La gente era muy descreída en aquella ciudad [de Temuco]. Mi padre, mis tíos, los innumerables cuñados y compadres, de la mesa grande en el comedor, [no] se santiguaban. Se contaban cuentos de cómo el huaso Ríos, el que pasó el puente de Malleco a caballo, había [azotado] a un San José.

»Según parece —continúa narrando Pablo Neruda—, a los pioneros no les hace falta Dios. Blanca Hauser, que es de Temuco... me contaba que una vez en un terremoto salieron corriendo un viejo y una vieja. La señora se golpeaba el pecho dando gritos: “¡Misericordia!” El viejo la alcanzó y le preguntó: “¿Cómo se dice, señora? ¿Cómo se dice?” “¡Misericordia, ignorante!”, le dijo la vieja. Y el viejo, hallándolo muy difícil, siguió tratando y golpeándose el pecho, repitiendo: “Esa es la cosa, esa es la cosa.”»1

Estos recuerdos de su infancia que nos cuenta Neruda, Premio Nobel chileno, nos traen a la memoria las reacciones de diferentes personas frente a las calamidades de la vida. Es en esos momentos trágicos que los ateos dudan de su negación de la existencia de Dios, los agnósticos quisieran tener más seguridad sobre lo mismo, y los que conocen a Dios muestran de qué calibre es la fe que tienen en Él. A los que no les pareciera que hace falta Dios el resto de su vida, durante un terremoto claman a Él como si estuvieran llamando desesperados, en una emergencia, a la policía.

¿Será posible que Dios atienda a ese oportunismo religioso, que mire con buenos ojos esa actitud que pudiera calificarse de hipócrita y conveniente? Aunque no parezca justo, Jesucristo mismo nos da la base para pensar que sí. Al criminal arrepentido, crucificado al lado suyo, le dio la oportunidad de salvarse cuando aquel hombre no tenía nada que perder y Dios no tenía nada que ganar con abrirle las puertas del cielo.

No hay duda de que Dios es mucho más misericordioso en tales circunstancias que lo seríamos la inmensa mayoría de nosotros, pero tampoco la hay de que Dios prefiere que le sirvamos toda la vida y no sólo cuando no nos queda más remedio que acudir a Él. Esto no se debe a que le conviene a Dios sino a que nos conviene a nosotros, y Dios, como Padre amoroso que es de cada miembro de su creación que lo acepta como tal, quiere lo mejor para cada uno de sus hijos.

El autor del Salmo 46 manifiesta la clase de confianza en Dios que todos necesitamos en todo momento. Dice así: «Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes....El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.»2 ¡Más vale que hagamos de Dios nuestro refugio antes que sea demasiado tarde!


1 Pablo Neruda (Isla Negra, 1954), Infancia y poesía, reproducido en Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (Bogotá: Editorial Norma, 1990), p. 20, tomado del diario El Tiempo, Lecturas Dominicales, Santa Fe de Bogotá, octubre 31 de 1971, pp. 1-2.
2 Sal 46:1-7 (NVI)