9 dic 2019

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de nuestro puño y letra
«La prueba de la lealtad» (1a. Parte)
por Carlos Rey

(Víspera del Día Internacional de los Derechos Humanos)

«... Amadito [se graduó] como espada de honor —¡el primero en una promoción de treinta y cinco oficiales!—... y, años más tarde... [ingresó] a la unidad más prestigiosa de las Fuerzas Armadas: los ayudantes militares, encargados de la custodia personal del Generalísimo....

»... [En] un paseo en... La Romana... se enamoró como un loco de [una] morenita espigada y ocurrente, de ojos chispeantes.... Y ella de él.... Era la mujer de su vida; nunca podría estar con nadie más. El apuesto Amadito había dicho estas cosas a muchas mujeres desde sus días de cadete, pero esta vez las dijo de verdad. Luisa lo llevó a conocer a su familia, en La Romana, y él la invitó a almorzar.... Quedaron encantados con [ella]. Cuando les dijo que pensaba pedirla, lo animaron: era un encanto de mujer. Amadito la pidió formalmente a sus padres. De acuerdo con el reglamento, solicitó [al comando de los ayudantes militares] autorización para casarse....

»... La respuesta a su solicitud demoraba. Le explicaron que el cuerpo de ayudantes la pasaba al SIM [Servicio de Inteligencia Militar], para que éste investigara a la persona.... El día veintiuno, el Jefe lo llamó a su despacho. Fue la única vez que cambió unas palabras con el Benefactor, pese a haber estado tantas veces cerca de él....

»—¡Teniente segundo García Guerrero, a la orden, Excelencia!

»—Pase —dijo la aguda voz del hombre que, sentado en el otro extremo de la habitación, ante un escritorio forrado de cuero rojo, escribía sin alzar la cabeza—.... Una buena hoja de servicios, teniente —lo oyó decir.

»—Muchas gracias, Excelencia....

»—Esa hoja de servicios tan buena no puede mancharla casándose con la hermana de un comunista. En mi gobierno no se juntan amigos y enemigos.... El hermano de Luisa Gil es uno de esos subversivos del 14 de junio. ¿Lo sabía?

»—No, Excelencia.

»—Ahora lo sabe.... Hay muchas mujeres en este país. Búsquese otra.

»—Sí, Excelencia.

»Lo vio hacer un signo de asentimiento, dando por terminada la entrevista.

»—Permiso para retirarme, Excelencia.

»Hizo sonar los tacos y saludó. Salió con paso marcial, disimulando la zozobra que lo embargaba.»1

Menos mal que nosotros, como lectores de este pasaje de la novela histórica del Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa titulada La Fiesta del Chivo, no tenemos que disimular el disgusto que sentimos a causa de semejante despotismo, arbitrariedad y prepotencia. Si bien a los jóvenes de Occidente del siglo veintiuno les parece insólito que en tiempos pasados, y en otras culturas, los padres hayan tenido o aún tengan el poder de aprobar y hasta seleccionar a la persona con que han de casarse, ¡cuánto más no los asombraría la idea de que quien escogiera o vetara a su futuro cónyuge fuera el gobernante supremo de su país!

Lo irónico del caso es que Dios, que es el Gobernante Supremo del universo, no es ni déspota, ni arbitrario ni prepotente. Él desea más bien que ejerzamos el libre albedrío con que nos creó, al escoger nosotros mismos a nuestro cónyuge con la promesa de fidelidad hasta la muerte, pase lo que pase, y al elegir a su Hijo Jesucristo como nuestro Señor y Mandamás, a fin de que podamos disfrutar de vida plena y eterna.2


1 Mario Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo (Madrid: Santillana Ediciones, 2006), pp. 45,47-50.
2 Jn 3:16; 10:10