30 nov 2018

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de nuestro puño y letra
Cuando no tenemos la boca limpia
por Carlos Rey

(Víspera del Día Internacional de la Lucha contra el SIDA)

«En cierta ocasión hablaba yo con un anciano campesino, un pobre serrano, cerca de las Hurdes, región del centro de España.... Le preguntaba si es que por allí vivían en promiscuidad. Me preguntó qué era eso, y al explicárselo, contestó: “¡Ah, no! ¡Ahora ya no! Era otra cosa en mi juventud. Cuando todos tienen la boca limpia se puede beber de un mismo vaso. Entonces.... vinieron esas enfermedades que envenenan la sangre y hacen locos e imbéciles. Porque eso de que le hagan a uno un hijo loco o imbécil, que no le sirva para nada luego, eso no puede pasar.”»

De esta anécdota personal se vale el pensador español Miguel de Unamuno para hacer algunas de sus profundas reflexiones de su puño y letra en su obra titulada La agonía del cristianismo. El campesino «hablaba como un sabio —comenta Unamuno—. En las palabras del viejo y sentencioso serrano comprendí toda la tragedia del pecado original.... Y comprendí también lo que es la agonía de nuestra civilización.»1

¿Qué es exactamente el pecado original al que se refiere Unamuno? En una palabra, la soberbia. En el estado perfecto del huerto del Edén nuestros primeros padres tenían la boca limpia y podían beber de un mismo vaso sin que les pasara nada. Pero echaron a perderlo todo cuando quisieron ser como Dios. Y esa puerta por la que le dieron entrada a la soberbia se convirtió en la puerta de salida del huerto.2

Por lo menos unos cuatro mil años después, Jesucristo, el Hijo de Dios, que era por naturaleza Dios, se rebajó voluntariamente y se hizo hombre, humillándose a sí mismo.3 Es decir, Dios mismo dejó de ser igual a Dios para que el hombre dejara de procurar ser igual a Dios por sus propios méritos. Así Dios invirtió las tablas del pecado original, ofreciéndonos a su único Hijo como puente de reconciliación con Él.

Si bien está agonizando la civilización actual es porque ha perpetuado ese ciclo de soberbia que comenzó en el Edén. En vez de procurar ser como Cristo en la humildad, en la entrega y en el amor al prójimo,4 se ha entregado al amor propio, a la promiscuidad, que la humilla, la rebaja y la mata con toda clase de enfermedades venéreas y el SIDA. Se empeña en imponer, como norma de la sociedad, lo anormal como normal. Nuestra civilización corre riesgos necios, y por televisión, en el cine, en los demás medios de comunicación y en las redes sociales, fomenta la promiscuidad y el sexo fuera del matrimonio como si no hubiera posibilidad de contagio, como si no existiera el peligro de contraer una enfermedad venérea o mortal. ¡Quiera Dios que reaccionemos y lo busquemos a Él, despojándonos de esa soberbia antes de que no sirvamos para nada! Digamos categóricamente, al igual que aquel anciano campesino: «¡Eso no puede pasar»!


1 Miguel de Unamuno, La agonía del cristianismo, 6a ed. (Buenos Aires: Editorial Losada, 1975), pp. 135-36.
2 Gn 3:1‑24
3 Fil 2:6‑8
4 Fil 2:1‑5