7 nov 2018

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de nuestro puño y letra
Sinceramente equivocado
por Carlos Rey

«Candelario efectuaba [cada sábado]... una serie de visitas a los cabarets y [a las] discotecas más exclusivas de la ciudad, para asegurarse de que la [música] salsa, como la mala hierba, no volviese a levantar cabeza en ellos. [Acompañado de su amigo Pedro,] había entrado aquella noche [en el cabaret de Susana].... Pedro, como solía hacerlo cada vez más a menudo, prefirió sentarse solo....

»Hacía escasamente una semana había [surgido] entre ellos un altercado penoso: en una visita reciente a Guamaní, el pueblo del cual ambos eran oriundos,... se habían puesto las botas cazando soneros por los tinglados de Villa Cañona y, al regresar con ellos a la capital, Pedro le había pedido a Candelario que los pusiera en libertad. Entre los detenidos aquel día se encontraban su tío Monchín y tres primos suyos, quienes se habían unido recientemente a los soneros como trompetista, baterista y conguero.

»—Son compueblanos suyos, Capitán —le dijo genialmente, seguro de que Candelario los protegería—. Le aseguro que, si se han metido a músicos, no es para luchar por la independencia, sino para no morirse de hambre.

»Candelario, sin embargo, se negó a complacerlo. Le había sido muy doloroso tener que adoptar aquella actitud disciplinaria con los soneros, y a causa de ello, en las noches casi no lograba conciliar el sueño. [Pero] hacer una excepción de los parientes de Pedro... sólo lo haría sentirse peor.

»—Lo siento, camarada —le dijo...—. Pero en la Academia me enseñaron que la ley se aplica sin excepción —y le prometió, que, una vez efectuada la paliza, les permitiría a sus parientes unirse a [su] banda militar, donde cambiarían la trompeta por un trombón de vara y los cueros por un tambor militar.

»Enfurecido con su amigo, Pedro le señaló que parecía mentira que los preceptos humanitarios que tanto había predicado no hubiesen sido más que un barniz, y que hubiese sido necesario “rascar tan poco para que a él también le requintara lo salvaje”. En los días subsiguientes Candelario, que de veras apreciaba a Pedro, intentó subsanar el agravio de [los latigazos descargados] sobre sus familiares, pero la relación entre los dos amigos ya no volvió a ser la misma.»1

Así cuenta la escritora puertorriqueña Rosario Ferré uno de los insólitos incidentes en la cadena de acontecimientos que llevan a «La extraña muerte del Capitancito Candelario» en su obra ficticia, compuesta de cuentos, titulada Maldito amor. Por medio de su personaje Candelario, la doctora Ferré ilustra las repercusiones negativas que tienen hasta nuestros actos más sinceros si son arbitrarios y abusivos, demostrando hábilmente cómo es que cualquiera de nosotros puede estar sinceramente equivocado.

Pero si bien nos parece inaudito que se persiga a determinado grupo de personas por el inocente delito de preferir el género musical de la salsa, más lamentable aún es que se persiga al prójimo por su fe en Dios, ¡como todavía sucede en pleno siglo veintiuno! ¡Que Dios nos libre de los intolerantes culpables de semejante persecución, a quienes les espera el día del juicio!


1 Rosario Ferré, La extraña muerte del Capitancito Candelario (Barcelona: Plaza y Janés, 2002), pp. 66‑69.