6 jun 2018

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de nuestro puño y letra
El fútbol y las profecías de mal agüero
por Carlos Rey

«Todo el mundo sabe que da mala suerte pisar un sapo, pisar la sombra de un árbol, pasar por debajo de una escalera, sentarse al revés, dormir al revés, abrir el paraguas bajo techo, contarse los dientes o romper un espejo. Pero en los dominios del fútbol, esa lista se queda muy corta», dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su obra titulada El fútbol a sol y sombra, en la que hace un nostálgico recorrido de la historia del fútbol y de sus mejores exponentes en 151 capítulos breves.

«Una noche de mucha lluvia, mientras moría el año 1937, un hincha enemigo enterró un sapo en el campo de juego del club Vasco da Gama, y lanzó su maldición: ¡Que el Vasco no salga campeón en doce años! ¡Que no salga, si hay un Dios en los cielos!

»Arubinha se llamaba este hincha de un cuadro humilde, que el Vasco da Gama había goleado 12 a 0. Escondiendo un sapo, de boca cosida, en tierras del vencedor, Arubinha estaba castigando el abuso.

»Durante años, hinchas y dirigentes buscaron el sapo en la cancha y en sus alrededores. Nunca lo encontraron. Acribillado de pozos, aquello era un paisaje de la luna. El Vasco da Gama contrataba a los mejores jugadores de Brasil, organizaba los equipos más poderosos, pero seguía condenado a perder.

»Por fin, en 1945, el club ganó el trofeo de Río [de Janeiro] y rompió la maldición. Había salido campeón, por última vez, en 1934. Once años de sequía:

»—Dios nos hizo un descuentito —declaró el presidente [refiriéndose a que faltaba un año para que se cumplieran los doce años de la maldición].»1

Y a propósito de los pronósticos de infortunio, Galeano también cuenta la siguiente historia:

«Freddy Rincón, el gigante negro de la selección de Colombia, defraudó a sus numerosos admiradores en el Mundial del 94. Él jugó sin poner ni un poquito de entusiasmo. Después se supo que no había sido un problema de falta de ganas, sino de exceso de miedo. Un profeta de Buenaventura, la tierra de Rincón en la costa colombiana, le había cantado los resultados del torneo, que se dieron exactamente como predijo, y le había anunciado que se rompería una pierna si no tenía mucho, mucho cuidado. “Cuídate de la pecosa —le dijo, refiriéndose a la pelota—, y de la hepática, y de la sangrienta”, aludiendo a la tarjeta amarilla y a la tarjeta roja de los árbitros.»2

Lo cierto es que hay una explicación lógica para estos dos casos que cuenta Galeano. Ambos son ejemplos de profecías de mal agüero que se cumplen debido a la convicción negativa de las personas aludidas o de su manera fatal de ver las cosas, y mediante actos conscientes o inconscientes de su parte.

Sin embargo, es importante reconocer que las profecías de buen augurio también se cumplen, y por las mismas razones. Así como se cumple el decirse uno mismo: «Es probable que yo tenga un día pésimo», también se cumple el profetizarse: «¡Me espera un día buenísimo!» Más vale entonces que todos, tanto los astros del deporte como el público que los aplaude, nos unamos al sentimiento del salmista de Israel y digamos: «Este es el día que ha hecho el Señor; gocemos y alegrémonos en él.»3


1 Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra (México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1995), p. 71.
2 Ibíd, p. 73.
3 Sal 118:24 (La Biblia Latinoamericana)