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Con este conmovedor soneto de Fray Miguel de Guevara se inicia el conceptismo mexicano de los siglos dieciséis y diecisiete. Lo que tiene de ingenioso el soneto —lo cual caracteriza a la poesía conceptista— es la forma en que se vierte el concepto y no el concepto mismo, ya que éste proviene de la fuente literaria más conocida de todos los tiempos. El escritor que le sirvió de inspiración a Fray Miguel no tiene fama de ser poeta como él, pero sí de ser pensador. Se trata del apóstol San Pablo. Y esta es la forma en la que el célebre apóstol vierte el concepto original en su carta a los romanos:
¡Quién sabe cuánto aliento le infundieron a Fray Miguel esas palabras transparentes de San Pablo! No cabe duda de que el más insigne apóstol se contaba entre los seres que más dispuestos estamos a reconocer que somos humanos. Reconocía que era un hombre de carne y hueso. Por eso hasta los más viles pecadores podemos identificarnos con él en ese pasaje bíblico. Pero no nos deja sumidos en la desesperación. Después de exclamar: «¡Soy un pobre miserable!» y de lanzar el interrogante: «¿Quién me librará de este cuerpo mortal?», San Pablo mismo contesta triunfante: «¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!»3 Por eso el soneto comienza con el ruego: «Levántame, Señor, que estoy caído.» No somos capaces de levantarnos por nuestra cuenta. Pero el poder y la bondad de Dios son más que suficientes para lograrlo. Basta con que le imploremos: ¡Sálvame, Señor, que estoy perdido! |
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