20 jun 13

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«Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo pierde»
por Carlos Rey

(Día Internacional del Refugiado)

«Yo no sé de ustedes... pero yo nací en un país... donde los rubios, trigueñitos, morenitos y negritos éramos todos iguales. Donde jugábamos tranquilos y no sabíamos distinguir quién era rico o pobre, porque ni lo uno ni lo otro era pecado. Donde en la escuela éramos sólo niños, que respetábamos los símbolos patrios y no nos preguntábamos por qué eran así, porque siempre fueron los mismos. Donde los vecinos se querían y se respetaban. Donde los maestros eran maestros.... Donde la honradez era una virtud, no una manera de ser pobre. Donde el Himno Nacional no nos hacía llorar.... Donde vivíamos toda nuestra vida, y el que se iba al exterior, era para estudiar.

»... Ahora... mi hija casi no habla español.... Mi hermana mayor se la pasa encerrada en un cuarto, en un país donde el inglés y la soledad rigen tu vida....

»... Quiero... comer pastelitos todos los días. Quiero quejarme del calor.... Quiero atragantarme un pan con queso a las tres de la madrugada. Quiero ver a mis amigos, y no tener que usar el messenger más nunca. Quiero tomarme un café en una taza pequeña.... No quiero trabajar en Carnavales, Semana Santa o la Feria. Quiero hablar en español todo el tiempo, y que no me pregunten: “¿Y de dónde eres tú?” Quiero hacer cola en un banco, y quiero que se vaya la luz cuando llueva. Quiero aburrirme del pan de jamón.... Quiero que mi hija crezca como crecí yo....

»Quiero pasear sin amargura por la calle de tu recuerdo, y rescatar por fin al niño perdido en mi pensamiento. Porque el tiempo y la memoria juegan juntos en nuestra historia. Se me fue toda una vida, y tu imagen no se me borra. Quiero volver sin mirar atrás, poder vivir para perdonar; quiero sentir, quiero regresar....

»Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde... definitivamente.»

He ahí los sentimientos, si no del todo razonables, al menos bien sinceros, de una mujer que hace años no vive en su país de origen y lo extraña terriblemente. Con ella podemos identificarnos todos los que hemos vivido largo tiempo fuera de nuestro terruño. No tiene ella que insistir para convencernos de la verdad que encierra el refrán al que alude: «Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo pierde.» Pues para los que la hemos vivido, es una realidad patente e inexorable.

Para superar esa nostalgia, nos puede servir de mucho meditar en casos como el de Job el patriarca. Luego de perder lo que más valoraba en la vida —sus hijos, su salud y el respaldo de su esposa—, Job llegó a la conclusión de que a Dios también lo había perdido. Y exclamó: «¡Cómo añoro los meses que se han ido, los días en que Dios me cuidaba!... ¡Qué días aquellos, cuando... Dios bendecía mi casa con su íntima amistad! Cuando aún estaba conmigo el Todopoderoso...»1

Lo cierto es que Dios no había desamparado a Job, sino que lo había puesto a prueba. Pero Job salió de esa prueba victorioso, y Dios lo bendijo muchísimo más en sus últimos años que en sus primeros.2 Si algo hemos de añorar, más vale que, al igual que Job, añoremos lo que más vale: la grata compañía del Dios Todopoderoso, fruto de la íntima amistad con la que Él desea bendecirnos.


1 Job 29:2,4,5
2 Job 42:10‑17