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Estaban en la eternidad, y en ese ambiente los cinco hombres se sentaron a conversar. Su conversación giró en torno a las cosas de la vida. Uno de ellos dijo: —Millones de autos que corren por los caminos llevan mi nombre. Otro dijo: —Trescientos cincuenta óleos y trescientos cincuenta aguafuertes llevan el mío. —Grandes sinfonías, conciertos y sonatas —dijo el tercero—, ostentan mi nombre. —Las más bonitas canciones que todo el mundo canta las firmé yo —dijo el cuarto. —Y yo —dijo el quinto— logré la hazaña del siglo. Descubrí el continente más rico de la tierra. Estos cinco hombres que hablaban eran Goodyear, Rembrandt, Mozart, Stefen Foster y Cristóbal Colón. Lo cierto es que tienen algo muy interesante en común estos cinco grandes hombres que enriquecieron al mundo y que forman parte de esta alegoría: después de haber hecho cosas que llegaron a valer millones, ellos mismos murieron sin un sólo centavo en el bolsillo. Goodyear inventó los neumáticos que llevan su nombre. Rembrandt fue el super maestro de la pintura. Mozart compuso la música clásica que ha encantado a generaciones. Stefen Foster escribió dulces melodías que el mundo entero canta. Y Cristóbal Colón, visionario de continentes no conocidos, descubrió hace más de quinientos años las tierras de América. Pero ninguno supo manejar el dinero. Murieron en hospicios, en asilos o en cuartos destartalados, en la mayor pobreza. ¿Fue una pérdida la vida de estos hombres? Seguro que no. El valor verdadero de una persona no se mide por lo que él o ella obtienen en esta vida. No se mide ni por sus alcances económicos ni por sus habilidades académicas. No se mide por ninguna cosa material que le haya dado renombre mientras estaba en vida. El valor verdadero de una persona consiste en tres elementos específicos: el ejemplo sano y recto que dio mientras estaba en vida, las cosas de trascendencia que dejó para las generaciones futuras, y la relación personal que tuvo con su Creador. Y estos elementos nada tienen que ver con cuánto tenía o cuánto sabía. Examinemos con juicio y madurez qué cosas son las que consideramos importantes en nuestra vida. ¿Pensamos sólo en dinero? ¿Pensamos en placeres nada más? El valor verdadero no consiste en lo que esta vida pueda rendirnos a nosotros. Consiste más bien en lo que nosotros podemos rendirle a esta vida, tanto a nuestros semejantes como a las siguientes generaciones. Sigamos las pisadas del divino Maestro. Cristo es el Consejero por excelencia. Él desea ser nuestro Maestro. |
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