12 ene 06

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De seguro culpable a seguro inocente
por el Hermano Pablo

El juicio se sustanciaba en el tribunal. Era un juicio común, por así decirlo, un juicio por un delito que si bien era deplorable como todos los delitos de su clase, no iba al extremo espeluznante de ser homicidio. Byron Bryant, de veintitrés años de edad, era juzgado en un tribunal del estado de la Florida por rapto y violación. El juez Walter Colbat fijó al acusado una fianza de cinco mil dólares.

El acusado, enfurecido por lo que le parecía una pena excesiva, le arrojó al juez un libro que estaba leyendo. El título del libro: Presunto inocente. El libro le pegó al magistrado en plena cara. Éste, indignado por lo que era un atentado contra la justicia, no declaró al hombre presunto inocente sino seguro culpable, y le elevó la fianza de cinco mil a veinticinco mil dólares, y le impuso, además, tres años de cárcel. De «presunto inocente» pasó a ser «seguro culpable».

Muchos países del mundo siguen los grandes lineamientos del derecho romano, en el que se presume inocente a todo acusado mientras no se dicte condena contra él. Es decir, se le considera inocente del delito de que se le acusa hasta que el fiscal pruebe de modo indubitable su culpabilidad.

Byron Bryant era «presunto inocente» del delito de violación, pero por su atentado contra un juez en pleno tribunal, y con todos los presentes como testigos, fue declarado «seguro culpable». Por este delito no tenía escapatoria. Era irremediablemente culpable y no debía tratársele con indulgencia.

Este caso trae a cuentas la situación del hombre ante su Creador. Todos nosotros, hombres y mujeres que vivimos en este mundo, somos «seguros culpables» ante Dios. Además de la herencia de pecado con la que nacimos, somos «seguros culpables» por nuestro propio descuido espiritual. Somos pecadores. Eso nos hace «seguros culpables».

No obstante, aquí es donde entra la gran maravilla del amor de Dios. Podemos pasar de una condición a la otra por un simple acto de arrepentimiento y fe. Podemos dejar de ser «seguros culpables» y llegar a ser «seguros inocentes». Podemos dejar de ser «pecadores condenados» y llegar a ser «pecadores perdonados», y ser recibidos como hijos salvos en la familia de Dios.

¿Qué tenemos que hacer? Basta con que nos acerquemos a Dios en humilde arrepentimiento y que le digamos con sinceridad: «Señor, ten compasión de mí, que soy pecador.»