3 sep 05 imprimir
¿A cuál personalidad castigará Dios?
por el Hermano Pablo

El acto —descarnado, simple y escueto— no podía negarse. Y no era un acto infrecuente, dado el libertinaje de nuestra época y de nuestra sociedad.

Un hombre joven y una mujer de veintisiete años tuvieron relaciones sexuales en un parque público en Oshkosh, Wisconsin, Estados Unidos. Acto seguido, la mujer acusó al hombre de violación. «Tengo dieciocho personalidades diferentes certificadas por mi psiquiatra —le dijo la mujer al juez—. Él se aprovechó de mi personalidad más vulnerable.» El juez declaró inocente al hombre.

Este caso, además de causar revuelo periodístico, causó revuelo científico y religioso. Una mujer hace, voluntariamente, el amor con un hombre. Después alega que no fue ella la que cometió el acto, sino otra de sus muchas personalidades, precisamente la más débil.

Fue un caso para psiquiatras y psicólogos, a quienes les gusta explorar todos los vericuetos de la psiquis humana. Para algunos psiquiatras y psicólogos una persona no es una sola persona. Pueden ser diez, veinte o más personas diferentes. Además de eso, una persona no es absolutamente responsable de sus actos. Son responsables sus padres, abuelos, bisabuelos y los demás antepasados que ha tenido, además de la sociedad, la religión, el hogar, la escuela, la vida y muchos factores adicionales.

¿Qué dice la Biblia en cuanto a todo esto? Que cada persona, sea buena o sea mala, es responsable ante Dios por lo que hace. Una persona puede tener una personalidad sencilla, otra persona una muy compleja, pero ambas responderán ante Dios por todo lo que han hecho en la vida.

Hay un solo Dios y Juez, y hay una sola persona en cada individuo. Hay también un solo tribunal de justicia para juzgar los delitos de todo ser humano. Ante el Juez eterno no podremos nunca alegar que el delito del que somos culpables lo cometió otra de nuestras muchas personalidades, porque ante Él eso es una falacia.

Sin embargo, gracias a Dios, también hay un solo Señor y Salvador para todos los pecados de todas las personas de todos los ámbitos y de todos los tiempos. Es Jesucristo. Hagamos de Él nuestro Salvador personal, y pidámosle que limpie, regenere y purifique el único yo que cada uno de nosotros somos y jamás podremos ser.