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«Miren lo que tengo», anunció María Cristina, y les mostró a sus compañeritos de escuela una bolita blanca. Los niños, todos de siete años de edad, se acercaron a mirar. «Pruébenlo», les invitó María Cristina. Unos lamieron la bolita, otros le dieron un mordisco. Otros la rasparon con la uña. Pero todos los niños pusieron cara de asco y escupieron la sustancia. ¿Qué era la sustancia? Parece increíble, pero la bolita blanca era cocaína. Había sido puesta en la bolsa de útiles escolares de la niña por su propia madre, María Isabel Cárcamo, de treinta y nueve años de edad. He aquí un caso que nos pone los pelos de punta. Esa niña, de apenas siete años de edad, llevó a la escuela una bolita de cocaína. Su madre —nadie supo con qué intención— se la había dado. Lo que sí se sabía era que la madre era una conocida traficante de cocaína que había sido arrestada varias veces. ¿Qué pudo haber pasado si los niños hubieran ingerido más de la sustancia? ¿Qué efecto, tanto de corto como de largo plazo, hubiera tenido en esas pequeñas criaturas? Hubieran sufrido graves trastornos físicos. Algunos pudieran incluso haber sufrido la muerte. Aun así, nueve niños tuvieron que ser hospitalizados. ¿Y qué de los efectos posteriores? Pudieran haber caído víctimas de un vicio que, tarde o temprano, los hubiera destruido. No podemos menos que preguntarnos: ¿Qué es lo que estamos poniendo en las manos de nuestros pequeños hijos? Los niños son inocentes. No saben que a veces lo que se les da resulta ser su destrucción. Y cuando los culpables son los padres mismos, con eso sacrifican a los niños confiados. Hay niños pequeños que llevan cigarrillos a la escuela. Otros llevan pequeñas botellas de licor. Otros llevan cuchillos plegables. Otros, armas de fuego. Hay, también, los que llevan material pornográfico, literatura erótica que distorsiona completamente el lugar santo que la unión sexual tiene en un matrimonio puro y fiel. Las oficinas escolares están llenas de objetos de esa clase, decomisados a los niños que inocentemente los llevan a la escuela. A esa ominosa colección se le podría llamar «repositorio del crimen paternal». ¿Qué podemos hacer para restituir en la familia normas y valores morales? Nosotros los padres necesitamos, urgentemente, que Cristo nos salve, y que a través de nosotros salve, también, a nuestros hijos. Abrámosle nuestro corazón a Cristo. |
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