La muñequita perdida

21 ago 2019

Pocos minutos después que bajaran todos los pasajeros, el piloto dobló el periódico que había estado leyendo y caminó por el pasillo del avión. En uno de los asientos encontró una muñequita que alguien había dejado olvidada. El piloto se inclinó y la recogió. Daba muestras de haber sido estrujada bastante, como sucede con las muñecas a las que sus dueñas quieren mucho.

El piloto sabía que a aquella muñeca de trapo la extrañaría mucho alguna niña. Esto lo llevó a hacer todo lo posible por encontrar a la dueña. Lo primero que hizo fue preguntarles a los pasajeros que acababan de salir del avión. Ya casi todos se habían ido, y entre los que quedaban no estaba la pequeña dueña de la muñequita.

Luego logró poner en movimiento todo el sistema de comunicaciones de que disponían las líneas aéreas a fin de encontrar a la niña. Con la ayuda de personas de buena voluntad separadas por miles de kilómetros, pero enlazadas por conducto de la tecnología moderna, después de muchos mensajes y de muchas transmisiones, y al cabo de varios días, encontraron a la niña y le devolvieron su muñequita de trapo.

Lo único que queda como recuerdo de este incidente es la carta que la madre de la niña le escribió al piloto. Dice así: «Mi hija tiene otras muñecas más nuevas y más bonitas, pero esta es la única a la que quiere de todo corazón. No encuentro palabras para expresarle lo que significa para ella y para nosotros el que se hayan molestado tanto para devolverle su muñequita. ¡Muchas gracias!»

Al igual que la niña de esta historia, la humanidad perdió algo que le hacía mucha falta. Se trata de la relación que en el principio tenía con Dios su Creador. Pero Dios determinó restablecer esa línea de comunicación directa con Él, así que envió a su Hijo Jesucristo a este mundo para lograrlo. Cristo mismo dijo que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.1

Fue así como Dios puso en movimiento todo el sistema de comunicaciones a su disposición para encontrarnos, tal como el piloto de la historia, y no fracasó. Pero a diferencia del piloto, Dios no quería darnos algo que tiene valor temporal como una muñeca, sino algo que tiene valor eterno. Él hizo todo lo necesario para restaurarnos a la comunión que siempre ha querido tener con nosotros, ya que quiere ser no sólo nuestro Salvador sino también nuestro amigo. Ahora sólo nos resta dejarlo que nos encuentre, y agradecerle que se haya molestado tanto, al extremo de morir en nuestro lugar, para establecer una relación perdurable con nosotros.


1 Lc 19:10
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