Con todo y escamas

21 ene 2008

—Sesenta, setenta años atrás [—comenzó a contar Juan—], mi abuelo había sido esclavo en Salinas; pero cuando obtuvo la libertad, vino a Guayama. Aquí tuvo su familia y se dedicó a la agricultura. Pero mi padre siempre fue pescador en el sitio Geraldo del barrio Las Mareas en Guayama.

»Mi padre poseía una finca de 25 cuerdas, sembrada de cocos y frutos menores. Estaba orgulloso de poder decir que nunca tuvo que alquilarse en la caña sino que vivía independiente, de su finca y de la pesca. Nosotros, los seis hijos, le seguimos la senda.

»Yo empecé en la pesca con mi padre. Ya a los quince años, yo era su compañero de pesca. Mi padre tenía varias embarcaciones, pero no había motores. Todas eran de vela y tenían remos.

»Éramos diez o doce pescadores que trabajábamos este litoral. Salíamos a la mar a las 4 de la mañana a levantar ocho o diez nasas, que era lo que tenía cada dueño de pesca. Volvíamos a las 11 bogando, si no había brisa... para llenar la vela....

»Veníamos... apuraítos con el fin de encontrarnos con los vendedores que nos esperaban a caballo en tierra. No escamábamos ese pescado. Se metía en unos cajones que se colgaban a los lados de los caballos, y los vendedores iban de la orilla del mar al pueblo a pregonar: “¡Pescao!”

—¿No se escamaba el pescado? [—preguntó María].

—No se escamaba [—aseguró Juan—]. El pescado en ese entonces se vendía sin limpiar.... Todo el mundo compraba el pescado así. Al vendedor de la playa se le vendía [fiao] a cinco centavos la libra para él después venderlo a ocho o diez en el pueblo. 1

Estos «Recuerdos de la pesca guayameña», publicados en la obra de María Benedetti titulada Palabras de pescadores, provienen de una entrevista que le hizo ella a Juan Vásquez Vásquez. Es una de las tantas que Benedetti les hizo a pescadores comerciales de Puerto Rico entre 1991 y 1995.

Las palabras de este pescador puertorriqueño nos pueden ayudar a comprender toda la extensión de la metáfora que empleó Jesucristo junto al mar de Galilea al referirse a sus primeros discípulos como futuros «pescadores de hombres». 2 Porque para entender el significado completo de lo dicho por Jesús, hay que comparar el pez con el hombre no sólo antes sino también después de ser pescado.

Es que así como Juan reitera que los pescadores de antaño no les quitaban las escamas a los peces antes de venderlos como pescado, ya que el comprador estaba dispuesto a limpiarlos él mismo, tampoco es necesario que nosotros ya estemos limpios para que Dios nos compre. Porque Dios está dispuesto a limpiarnos a cada uno después de comprarnos, quitándonos las escamas del pecado como sólo Él es capaz de hacerlo. Pues lejos de comprarnos al fiado, Dios pagó de una vez por todas el precio supremo al dar su vida por nosotros. 3 Ahora —nos explica otro Juan, San Juan el apóstol— Dios sólo espera que le confesemos nuestros pecados directamente para perdonarnos y limpiarnos por completo, quitándonos toda escama pecaminosa. 4


1 María Benedetti, «Recuerdos de la pesca guayameña», Palabras de pescadores: Entrevistas con pescadores comerciales de Puerto Rico 1991‑1995 (Mayagüez: Sea Grant Publicaciones, 1997), pp. 13‑21.
2 Mt 4:18‑22; Mr 1:16‑20; Lc 5:1‑11
3 Heb 9:11‑14, 24‑28; 10:8‑18
4 1Jn 1:7‑9
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