12 may 2007

«Mamita»

por el Hermano Pablo

No había sido escrita por un poeta reconocido, ni llevaba el ritmo ni la rima característicos de una obra literaria. Pero había en ella todo un drama increíble. La poesía, bella pero trágica, fue escrita por una joven de apenas diecisiete años de edad. Su título: «Mamita».

Mis manos eran blancas antes que las salpicara de sangre.
Mis ojos fueron dos ascuas quemantes de odio;
mi faz, fría, sin emoción e impasible.
Me reí de tu cara silente y yerta.
Y fuiste tú la que me formaste,
oprimiendo mi alma sensible en este molde.
Soy tu creación que se ha vuelto insensible.
Tal parece que haz probado
algo de tu propia medicina.

Quien derramó sus sentimientos en estos versos fue Elisabeth Garrison, la joven de diecisiete años de edad. Acababa de apuñalar a su madre, y todavía con las manos tintas con la sangre, vertió en papel sus intensas emociones.

Elisabeth, hija mayor de Betty, una señora de cuarenta y cinco años de edad, con la ayuda de su hermana Melissa de quince años, y el novio de ésta, apuñaló a su madre. Después, como descargando la tremenda presión de su alma, compuso esos versos que lo dicen todo.

Esta madre, con sus dos hijas, llevaban al parecer una vida feliz. Venían de clase media alta, de buena posición económica y de vida social envidiable. ¿Qué pasó para que esta hija cobrara tanto odio que matara así a su madre, condenándola con las palabras: «Haz probado algo de tu propia medicina?»

Aparentemente faltó el amor en ese hogar. La madre les dio a sus hijas dinero, vestidos y comodidades. Pero amor, parece que no. Se puede tener y se puede dar de todo en la vida, pero si no hay amor, nada se tiene y nada se ha dado.

De este caso aprendemos dos lecciones. La primera es que lo que nuestros hijos más quieren de nosotros es amor. Eso comprende nuestro cariño, nuestro tiempo, nuestro interés, nuestra confianza, en otras palabras, nuestro amor.

La segunda lección es que lo que nuestros hijos más necesitan de nosotros es un ambiente espiritual. Necesitan saber que sus padres tienen paz, fe y una relación segura con Dios. Quien puede hacer de nuestro hogar un ambiente de paz y seguridad es el Cristo del Calvario. Aceptemos la plenitud del amor de Dios. Es nuestra con sólo pedírsela.

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