Era sólo una calavera, la calavera de un hombre asesinado que había quedado tirado en un bosque durante meses. Era necesario conocer la identidad de ese hombre, saber quién había sido, resolver el misterio de su muerte.
Las manos expertas del doctor José Manuel Reverte Coma, reputado antropólogo de España, comenzaron a trabajar sobre los huesos descarnados del cadáver. Poco a poco el profesor reconstruyó su faz y un dibujante experto la reprodujo en una hoja de papel. Al doctor Reverte Coma, que trabajaba para la policía de España, se le conocía como «el hombre que hace hablar a las calaveras».
Es un caso interesante. Ese científico era capaz de reconstruir la fisonomía de una persona con sólo palpar con sus dedos los huesos de la calavera. Podía sacar la forma de la nariz, de las mejillas, de la boca, de la quijada. Y en su trabajo de reconstrucción facial, siempre por cuenta de la justicia, tenía un asombroso margen de aciertos.
Esto nos lleva a preguntarnos: Si es posible que con sólo palpar la calavera de un muerto se puede descubrir con detalles asombrosos cómo fue la cara de ese hombre, ¿no podrá acaso Dios, con sólo palpar el corazón del hombre, reconstruir su personalidad torcida, su esperanza distorsionada, su fe perdida, su alma muerta? Sí puede.
El corazón del hombre —ese núcleo de sentimientos y emociones, ese fuero interno que controla todas sus acciones— es el patrón de la vida, el plano de lo que el hombre es, y cuando Dios toma en sus benditas manos el corazón de esa persona, Él reconstruye todo lo que se echó a perder en la caída original.
La justicia espiritual del hombre no la produce el hombre mismo. La pureza que le gana el favor divino no viene de él. Es más, la fe salvadora que lo hace merecedor de la gloria eterna no es suya. Todo es don de Dios, regalo del divino Creador, dádiva del cielo. Las palabras del Apóstol Pablo lo dicen categóricamente: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2:8,9).
Pongamos hoy mismo nuestro corazón en las manos creadoras de Cristo. Él reconstruirá por completo nuestra vida. Él nos dará nuevas esperanzas. Él nos llenará de fe. Él nos hará nuevas criaturas.


