Se llamaba Nancy Cusan, vivía en Estados Unidos y tenía ya ocho años de estar en coma. Hacía ocho años había sufrido un accidente de automóvil, y había quedado sin conocimiento. Se le prestaron todos los auxilios médicos posibles, pero su cerebro quedó sin vida.
Después de una larga batalla jurídica a fin de que se le quitaran los aparatos que le administraban vida artificialmente, las autoridades del caso decretaron que podían quitarle los tubos de alimentación y oxígeno. Y Nancy al fin tuvo la extraña licencia para morir. Así ocurren las cosas en este siglo de portentos tecnológicos y de estados de alma complejos y confusos.
Esto nos lleva a reflexionar sobre ese temido pero inevitable evento llamado muerte. ¿Qué es la muerte? El diccionario la define como «cesación definitiva de la vida». En efecto, la muerte es la privación permanente de nuestra existencia en esta tierra. Es la terminación irrevocable de nuestra vida física. Es el fin absoluto de nuestro peregrinaje a través de este mundo.
Pero ¿será la muerte el fin de todo? No, no lo es. Hay una vida interior, una vida espiritual, una vida, si se quiere, cósmica, que la muerte física no puede aniquilar. La muerte física es solamente la transición de una dimensión a otra: de la dimensión de lo físico a la dimensión de lo espiritual.
Jesucristo, dirigiéndose a sus discípulos después de su resurrección, pronunció las siguientes palabras interesantes y a la vez importantes: «Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14:3). Fue después de eso que Él ascendió al cielo.
La muerte es una transición. Si le hemos pedido a Cristo que perdone nuestros pecados y que sea el Señor de nuestra vida, somos entonces sus discípulos, y sus palabras «voy a prepararles un lugar» son para nosotros. Siendo sus discípulos, también las palabras del apóstol Pablo se hacen efectivas en nuestra vida. Son una afirmación de vida eterna en forma de pregunta: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Corintios 15:55).
Para los seguidores de Cristo, la muerte es una amiga, una compañera que los conduce a la presencia misma del Señor. Aseguremos nuestro lugar con Cristo hoy mismo, coronándole a Él Rey de nuestra vida.


