30 jul 2004

La doble vida de Salvador Sánchez

por el Hermano Pablo

El español Salvador Sánchez había escogido una de las profesiones de mayor riesgo, un espectáculo de sumo peligro que se remonta a la antigüedad clásica en la mitológica Creta. Salvador era torero.

Esa tarde hizo maravillas en la Plaza de Pamplona, España. Cortó orejas y rabos ante las aclamaciones del público. Pero el último toro de la tarde lo agarró desprevenido. Con una cornada grave, Salvador fue a parar a la enfermería.

Ahora les tocó el turno a los conocidos de Salvador, a quienes también se les iba a agarrar desprevenidos. ¡Cuál no sería su sorpresa al descubrir que su amigo el torero no era hombre sino mujer! Su verdadero nombre era Olivia Andrade. Siendo mujer, estaba desempeñando un oficio de hombre. ¡Caso singular este!

En su infancia y juventud Olivia Andrade había formado parte del coro de su iglesia. Siempre soñó con ser una torera, pero su sexo se lo impedía. Por eso un día decidió cambiarse de nombre y vestir ropa masculina, y emprender esa ardua carrera.

Sin quitarle mérito a la hazaña de Olivia Andrade, aquí cabe citar esta declaración de Jesucristo: «No hay nada escondido que no esté destinado a descubrirse; tampoco hay nada oculto que no esté destinado a ser revelado» (Marcos 4:22). En tiempo pasado se aplica a la vida de Olivia Andrade, cuyo secreto quedó al descubierto, pero en tiempo futuro se aplica también a los que tratan de llevar una doble vida, rodeada de secretos y engaños.

En todas las facetas de la sociedad se pueden encontrar cosas ocultas: en la familia, en los negocios, en la política, en el servicio militar, en el gremio religioso; en fin, no hay ni una sola área de la vida donde no se guarden secretos. Pero las palabras de Cristo son proféticas y tienen su cumplimiento inexorable: «No hay nada escondido que no esté destinado a descubrirse.»

Ante una verdad tan inflexible, ¿qué debemos hacer? Primero, buscar la reconciliación con Dios por medio de su Hijo Jesucristo; segundo, confesar nuestro pecado a las personas a quienes hemos engañado; y tercero, comenzar una vida nueva. Para lograrlo, Dios mismo nos dará su gracia.

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