15 jul 2004

Corazón judío en pecho árabe

por el Hermano Pablo

Era urgente hacer el trasplante de corazón. Hanna Khader, ciudadano árabe de cincuenta y cuatro años, residente de Jerusalén, se estaba muriendo. O le ponían un nuevo corazón, dentro de 48 horas, o no habría esperanzas para él.

Ze'er Traum, joven sargento israelí, había muerto en una emboscada en la franja de Gaza. Su corazón era sano, fuerte y apto, razón por la que los médicos se apresuraron a practicar el trasplante. Pusieron el corazón del israelí en el pecho del árabe, y la operación fue un éxito. Pero la operación causó furor en Israel. «¿Por qué se da el corazón de un judío para que lo disfrute un árabe?», reclamó la multitud.

La esposa del joven sargento israelí, Brenda Traum, había accedido a que el corazón de su esposo fuera usado para el trasplante, pero con la petición de que se guardara estrictamente el secreto. La noticia se filtró a la prensa de todos modos, y cuando llegó al pueblo israelí, se levantó el furor.

¿Qué tiene de malo que se trasplante el corazón de un judío en el pecho de un árabe? ¿No son humanos los dos?

¿Acaso no se puede así mismo poner el corazón de un ruso de convicciones comunistas en el pecho de un norteamericano de ideas democráticas? ¿O el corazón de un irlandés protestante en el pecho de un irlandés católico?

En sentido figurado, ¿qué pasaría si toda la humanidad intercambiara corazones? Por ejemplo, los jefes del terrorismo con los líderes del gobierno, los dueños de empresas con sus empleados, los ricos con los pobres. ¿Qué tal si todos reconociéramos el valor humano de los demás?

La triste realidad es que mientras no haya un intercambio de corazones, de sentimientos y de voluntades, no habrá paz en el mundo. Hasta que los seres humanos no cedan mutuamente un poco en sus diferencias e intercambien ideas, sentimientos, voluntades y corazones, no se conseguirá esa anhelada paz.

Quizá sea difícil lograrlo a escala mundial, pero sí puede ocurrir en una comunidad o en un hogar, o al menos entre esposos. Comencemos nosotros con la ayuda de Dios, cediendo un poco nuestro propio capricho, y así por lo menos habrá paz en el mundo pequeño del que se compone nuestro círculo más íntimo.

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