El pie del muchacho pisó algo blando, sinuoso, resbaloso. Algo fláccido, que se movía. De inmediato sintió una punzada aguda en el tobillo. ¿Qué era? Marcos Durrance, de doce años de edad, había sido mordido por una serpiente venenosa a 150 metros de su casa.
El hecho de que Marcos lograra arrastrarse 150 metros soportando el veneno sumamente tóxico, quedar en estado de inconsciencia, ser transportado a un hospital lejano para recibir atención médica, y salir de la aventura no sólo con vida sino completamente sano, es todo un milagro.
Cuando recobró el conocimiento después de cinco días en estado de coma, el joven dijo: «Vi a un hombre alto, vestido de blanco, que me dijo con voz profunda: “No temas, hijo.” Luego me tomó en sus brazos, me dejó en la puerta de mi casa y se fue.»
¿Milagro? ¿Por qué no? ¿Acaso ha terminado la época de los milagros?
A un niño lo muerde una víbora. El muchacho siente el intenso dolor de la mordedura. Entra en incontrolables convulsiones hasta perder el sentido. Los padres, que nada saben de lo ocurrido, lo hallan, inconsciente, tendido en el suelo a la puerta de su casa. Así que lo transportan cincuenta kilómetros a toda velocidad hasta el hospital más cercano.
En el hospital le aplican los tratamientos conocidos contra picaduras de serpientes venenosas. Marcos sigue inconsciente durante cinco días. Cuando despierta, con perfecta lucidez mental, cuenta su extraordinaria historia. El médico, el doctor Michael Nostrum, dice: «Clínicamente es imposible que un chico mordido así, camine 150 metros.» El niño explica: «Me cargó Dios.»
¿Milagro?, nos preguntamos de nuevo. ¿Y por qué no? La época de los milagros no ha pasado todavía. Algo sobrenatural ocurrió con Marcos Durrance.
Lo cierto es que hay una divina providencia que trabaja en este mundo. El divino Creador del universo no ha perdido ni su compasión ni su amor ni su poder, ni ha abandonado a su creación. Dondequiera que haya una persona que no ha perdido su fe en Él, Dios viene al socorro de esa persona.
Algo, sí, tenemos que reconocer. Si no hemos establecido la costumbre de comunicarnos con Dios, si no hemos mantenido contacto con Él, estaremos lejos de su alcance. Pero basta con que le rindamos nuestra vida en sumiso arrepentimiento. La palabra de Dios dice que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13). Eso es todo lo que tenemos que hacer.


