8 dic 2004

Jurado en su propio juicio

por el Hermano Pablo

Alonso Gentry, de Palm Beach, Florida, siempre había querido hacer las veces de jurado en algún juicio. Amaba la justicia, sabía exponer razones y tenía un ojo muy perspicaz para identificar a un delincuente. Después de muchos años de espera, tuvo la gran satisfacción de que lo invitaran a servir de jurado en el próximo juicio que se presentara en el tribunal de su ciudad. Pero antes de ser convocado, algo se descubrió: Alonso Gentry era un lavador de dinero y traficante de drogas.

Cuando lo llevaron a juicio, se vio en el tremendo dilema de ser jurado y acusado al mismo tiempo. La situación de ese hombre era risible, y el juez, desde luego, tuvo que eximirlo del deber de servir de jurado en el juicio que se le siguió a él mismo. Porque nadie puede ser parte y juez al mismo tiempo, como tampoco ser acusado y jurado a la vez.

¿Qué pasaría con cada uno de nosotros si Dios nos llamara a ser jurado en el juicio que Él nos sigue a cada uno? ¿Qué sentencia pronunciaríamos si tuviéramos que decidir sobre nuestros propios delitos?

Una vez el rey David dictó sentencia contra un hombre que había cometido adulterio y homicidio. El rey mismo se condenó sin darse cuenta de que aquel hombre era él. Ese caso llegó a ser uno de los más célebres de la Biblia.

¿Qué haría un hombre infiel a su esposa si le tocara a él mismo imponerse una pena? ¿Presentaría atenuantes? ¿Y qué del hombre que ha cometido el horrible crimen de violar a su propia hija? ¿Disculparía el pecado con argumentos psicológicos justificando la infamia debido a que él alguna vez fue violado?

Se podrían dar infinidad de ejemplos, pero pensemos en nuestras propias faltas, en nuestros malos hábitos y vicios, e imaginémonos que somos parte del jurado que juzga nuestros propios delitos. Todos deberíamos hallarnos culpables.

La Biblia dice que todos hemos pecado, y que por eso estamos privados de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Todos, sin excepción, somos culpables de cometer un pecado u otro, en una medida u otra. Venimos a este mundo con la tendencia de nuestros primeros padres Adán y Eva, y no existe ni una sola persona que ante Dios sea perfecta. Pero Cristo salva de sus pecados a todo el que se arrepiente. Él quiere ser nuestro Salvador, nuestro Abogado y nuestro Defensor.

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