2 dic 2004

Desengaños familiares

por el Hermano Pablo

A simple vista era una familia excelente: una familia amorosa, culta, respetada. Vivían en una zona residencial de Chicago. Su casa estaba abierta para todos los amigos. Y cada uno de ellos participaba en cuanta reunión social y función de beneficio que se les presentaba.

La familia estaba compuesta por la señora Rosa Law, su hijo Kenneth y su hija Linda, y según el decir de la gente, era una familia encantadora; pero detrás de esa apariencia perfecta se escondía algo vergonzoso. Los tres manejaban un negocio clandestino de prostitución. Sus clientes eran todos de la clase alta. El comentario del juez que se hizo cargo del caso fue: «Uno nunca deja de sufrir desengaños.»

Tiene razón ese juez de Chicago. No es raro descubrir que un dignísimo caballero y brillante profesional, admirado por muchos, sea un narcotraficante o un homosexual. Tampoco es extraño encontrar que una respetable dama, integrante de cuanta fraternidad religiosa exista, resulte ser una ladrona profesional. Pero eso no implica que toda la gente de esta o aquella clase social sea así. Lo que sí podemos concluir es que la corrupción puede invadir, de igual manera, todos los estratos de la sociedad.

El escritor francés Anatole France decía: «Si pudiéramos volver por el revés a la alta sociedad como se le da vuelta a una media, nos tumbaría la sorpresa y el asco.» La verdad es que en la clase alta se dan los mismos pecados que se encuentran en todas las clases sociales del mundo.

La raza humana es una sola, así como uno es su origen puro y su falla abismal. No hay ninguna comunidad ni clase social en ninguna parte del mundo que pueda decir: «Somos perfectamente sanos y el pecado jamás se da entre nosotros.»

La Biblia nunca ha declarado que el hombre es perfecto. Por el contrario, en casi todas sus páginas nos dice que el hombre es un ser caído, y que sus móviles, sus pensamientos, sus decisiones y sus acciones todos están marcados con la señal del mal.

Se debe precisamente a esto, a que no hay persona justa sobre la tierra que sólo haga el bien y que nunca peque, que Dios proveyó un Salvador. Ese Salvador, que regenera, transforma y salva, es nuestro Señor Jesucristo. Él es el único redentor de la humanidad perdida.

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