5 jun 2023

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de nuestro puño y letra
Los personajes que pintó Diego Velázquez
por Carlos Rey

(Víspera del Natalicio de Diego Velázquez)

Muchos de los que visitan el Museo del Prado en Madrid, España, se quedan asombrados al contemplar ciertos cuadros del pintor español Diego Velázquez. Pero lo que les asombra no es solamente lo buenas que son esas obras que él pintó en el siglo diecisiete, sino también que les parecen ampliaciones fotográficas hechas más de dos siglos antes de la invención de la fotografía. De ahí que a esos testigos no habría de sorprenderles la anécdota sobre la reacción de Joaquim von Sandrart, historiador de arte, al ver el retrato de Juan de Pareja, criado y asistente de Velázquez. Aquel pintor flamenco quedó realmente impresionado cuando vio ese cuadro que Velázquez pintó y colgó en el pórtico del Panteón de Roma durante su viaje a Italia en 1650. La admiración que sintió Sandrart, sumada a la que percibió de parte de los que, junto con él, veían el retrato al lado del modelo sin poder distinguir el uno del otro, fue tan fuerte que lo llevó a declarar que «todo lo demás era pintura, y sólo ése verdad».

Por si esa anécdota no bastara, lo cierto es que a quienes llegan a conocer las obras de Velázquez en el Museo del Prado tampoco habría de asombrarles saber de la anécdota sobre el desconcierto que sufrió el rey Felipe IV, quien hizo de aquel artista su Pintor de Cámara: Dicen que Su Majestad el Rey, al dirigirse al retrato velazqueño del almirante Pulido Pareja, ¡lo confundió con el original!

Si bien el primer deber de un retrato pintado es que sea un buen cuadro, el segundo deber es que se parezca a su modelo —sostiene Julián Gállego, historiador español de arte, quien fue reconocido en 2010 con la Medalla de Oro del Museo del Prado—. Esa «propiedad de Velázquez de lograr, con lo pintado, lo vivo, no deja de ser un mérito enorme.... Los rostros, las manos y... [los] cuerpos [en sus cuadros] son de una absoluta realidad.... Bajo sus golas, sus mangas bobas, sus guardainfantes y sus pelucas, o bajo la humildad del criado o del enano, del borracho o del mendigo, son, ante todo, seres humanos, semejantes a quienes los contemplan en pintura», concluye el profesor Gállego.1

¡Qué trillado hubiera sido si Velázquez, el pintor de la realeza y de la realidad, se hubiera propuesto más bien reproducir en el lienzo su propia imagen y no la de sus personajes! En cambio, en lo que atañe a nosotros, ¡qué extraordinario sería que cada uno de nosotros nos propusiéramos permitir que nuestro Pintor Maestro imprimiera en nosotros la estampa de su propia imagen y semejanza con la que nos creó! De hacerlo así, ya no volveríamos a juzgar a nuestros semejantes por su apariencia externa. Pidámosle a Dios, que nos conoce a fondo porque se fija más bien en nuestro corazón, que nos cambie de adentro hacia afuera. Sólo así podremos cumplir con nuestro deber de ser buenos cuadros humanos, sumamente parecidos a nuestro Modelo divino.2


1 Julián Gallego, Velázquez, Alianza Cien (Madrid, Alianza Editorial, 1994), pp. 5-11; Juan Domínguez Lasierra, «Memoria de Julián Gállego, un adelantado en la defensa del arte aragonés», Diario Heraldo de Aragón, España, 14 enero 2019 <https://www.heraldo.es/noticias/ocio-cultura/2019/01/13/ memoria-julian-gallego-adelantado-defensa-del-arte-aragones-1287067-1361024.html> En línea 19 noviembre 2022.
2 Gn 1:26-27; 1S 16:7; Sal 51:10; Jn 7:24; Ro 8:29; Ef 2:10