6 ene 2022

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de nuestro puño y letra
Un regalo para todos
por Carlos Rey

Poco después que su gobierno lo nombrara cónsul en París el 12 de marzo de 1903, nació su segundo hijo con Francisca Sánchez, que era su tercera esposa. A este hijo le puso por nombre el mismo que le había puesto a su primogénito con su primera esposa, y que le habría de poner al próximo. Era el nombre literario con el cual el mundo lo conocía a él. Para distinguirlo de los otros, a este hijo lo apodó «Phocás, el campesino». En febrero de 1905 retornó con Francisca a España, donde a escasos dos años de nacido, falleció el pequeño «Phocás». Era su tercer hijo que muriera en la infancia. Tal vez se deba a esa tercera muerte trágica que a la primera parte de su nuevo libro le pusiera por título: Cantos de vida y esperanza, que dedicó a José Enrique Rodó. Pero fue Juan Ramón Jiménez, a quien dedicó la segunda parte titulada Los Cisnes, el que lo ayudó a preparar esa colección de poemas para la Tipografía de la Revista de Archivos. He aquí uno de esos Cantos, al que Rubén Darío tituló «Los tres reyes magos»:

—Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

—Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

—Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

—Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!1

En estos versos el ilustre poeta nicaragüense se vale del diálogo que crea entre los tres reyes para tratar los temas de la existencia de Dios y la coexistencia de lo bueno y lo malo. Con el testimonio de cada personaje reafirma la existencia de Dios, y con una blanca flor que crece en medio del negro lodo ilustra la coexistencia de la luz y el caos, el placer y la melancolía, y la vida y la muerte.

Si no fuera por el relato bíblico de los tres reyes, no habría motivo para dar ni recibir regalos como parte de la Navidad. La fiesta de la Epifanía que celebramos cada 6 de enero es, por definición, la de la manifestación de Cristo a esos tres hombres sabios, con lo cual Dios daba a entender que la salvación que traía su Hijo era un regalo para toda la humanidad.

Tenía razón Rubén Darío. Dios nos convida a una fiesta, la de las bodas de su Hijo. En esa fiesta habrá de celebrarse el triunfo de su amor y de su luz divina sobre el caos de nuestra vida pasada. Pero sólo podrán asistir los que le rindan su vida a Él y le sean fieles hasta la muerte, pues es a éstos a quienes dará la corona de la vida.2


1 Rubén Darío, Poesía, 2a ed. (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1985), p. 250,488‑553; Rubén Darío, Antología poética, p. 48, y A Propósito de Rubén Darío y su obra (Bogotá: Editorial Norma, 1994), pp. 129‑144.
2 Ap 2:10