... El puro y manso Jesús,
que el Bautista en el Jordán
llamó Cordero de Dios,
se quiere sacrificar.
. . . . . . . . . .
Mucho le pesa la cruz,
los pecados mucho más,
con ellos ha dado en tierra,
que no los puede llevar.
. . . . . . . . . .
Cayó Cristo, y por la frente,
con el golpe desigual,
se le entraron las espinas
lo que faltaban de entrar.
. . . . . . . . . .
Suspira el manso Cordero,
ayuda pidiendo está,
y a palos, golpes y coces
le vuelven a levantar.
. . . . . . . . . .
Quitáronle la corona,
y abriéronse tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubre la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron entre los pliegues.
. . . . . . . . . .
Ya clavan la diestra mano,
haciendo tal resistencia
el hierro entrando el martillo,
que parece que le pesa.
Los pies divinos traspasan,
y cuando el verdugo yerra
de dar en el clavo el golpe,
en la carne santa acierta.
. . . . . . . . . .
Cayó la viga en el hoyo,
y antes de tocar la tierra,
desgarrándose las manos
dio en el pecho la cabeza.
. . . . . . . . . .
Unos dicen que, si es rey,
de la cruz descienda y baje;
y otros que, salvando a muchos,
a sí no pudo salvarse.
. . . . . . . . . .
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
Sed tengo, dijo, que tiene
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
en una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
. . . . . . . . . .
... [Ahora] el ladrón famoso,
como otros muchos han hecho,
quiere acabar predicando
al que está con él, diciendo:
«Éste padece sin culpa,
y culpados padecemos,
Jesús, hijo de David,
[te acuerdas de mí] en tu reino.
«Conmigo –responde Cristo–
estarás hoy, te prometo»....
. . . . . . . . . .
A su Padre Eterno mira,
abriendo los ojos santos...
con voz poderosa dice,
cielos y tierra temblando:
Mi espíritu, Padre mío,
pongo en tus sagradas manos.
Y bajando la cabeza
sobre el pecho quebrantado,
a la muerte dio licencia
para que flechase el arco.
. . . . . . . . . .
Rompióse el velo del templo,
cayeron los montes altos,
abriéronse los sepulcros,
y hasta las piedras hablaron.
Mas llamando encantamientos
el pueblo tales milagros,
quebrarle quieren los huesos
que sólo quedaban sanos.
Y como le hallaron muerto,
por ir seguro, un soldado
puso la lanza en el ristre
arremetiendo el caballo.
Y abrió por el santo pecho
tanta herida a Cristo santo,
que se le vio el corazón...
que en obras [se apreció] claro....
. . . . . . . . . .
... [Mi] dulcísimo Jesús,
si después de pies y manos
también dais el corazón,
¿quién podrá el suyo negaros?
. . . . . . . . . .
Bien sé, [mi] Pastor divino,
que estáis subido en alto,
para llamar con [silbidos]
[a] tan perdido ganado.
Ya os oigo, Pastor mío,
ya voy a vuestro pasto,
que como vos os dais,
ningún pastor se ha dado.
. . . . . . . . . .
Nadie tendrá disculpa,
diciendo que cerrado
halló jamás el cielo,
si el cielo va buscando.
... [Pues] estáis a todas horas
llamando y aun rogando.