17 oct 2018

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de nuestro puño y letra
¿Quién es el mendigo?
por Carlos Rey

(Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza)

Había un hombre llamado Eudoro que se hizo socio de un vecino suyo. Pero el vecino, a pesar de tener fama de honrado, lo engañó, lo despojó de su dinero y, para colmo de males, lo avergonzó públicamente haciéndolo pasar por tramposo y estafador.

Una noche en que Eudoro volvía a su casa vio que tres desconocidos estaban a punto de matar a un hombre. Cuando se dio cuenta de que la víctima era ese vecino, dudó un instante. Pero luego se armó y obligó a los asaltantes a que emprendieran la fuga, y él mismo se alejó antes que aquel enemigo suyo, a quien había socorrido, pudiera darle las gracias.

Al acercarse a la puerta de su casa, Eudoro se encontró con un mendigo que le pidió algo de comer. Así que lo invitó a que compartiera la cena con él. Cuando el mendigo, una vez que había saciado el hambre, tomó el pan, lo partió y le ofreció la mitad, Eudoro reconoció que era Jesucristo, el Hijo de Dios. A la pregunta: «¿Por qué se había dignado el Señor visitar aquella casa?», Cristo respondió: «Yo vago siempre por las calles. Cada noche quiero cenar con el que durante el día haya [devuelto] bien por mal y perdonado de todo corazón a su enemigo. ¡Por eso me acuesto sin cenar tantas noches!»

Ante este cuento de la reconocida escritora española Emilia Pardo Bazán titulado «La cena de Cristo», no podemos menos que preguntarnos: ¿Cuántas no serán las personas que tienen que soportar hambre a causa de la dureza del corazón de sus semejantes? Si bien es cierto que hay personas que pueden trabajar y que, por perezosas, prefieren la vida de un mendigo, también se cruzan por nuestra vida personas de veras necesitadas. A muchos de nosotros no se nos ocurriría identificar a una de esas personas como Jesucristo, tal como lo hace acertadamente Pardo Bazán. Pero lo cierto es que la escritora gallega tenía buena base para hacerlo. Sin duda ella conocía las palabras mismas de Jesús.

Trasladando a sus oyentes al juicio final, Cristo le dirige la palabra a uno de dos grupos que han de comparecer ante Él, y condena al infierno a todos los de ese grupo dándoles las siguientes razones: «Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron.»

Cuando los condenados le contestan: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?», Él les responde: «Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí. Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»1

Más vale que, al igual que Eudoro en el cuento de Pardo Bazán, devolvamos bien por mal, y tratemos con caridad a los necesitados que se crucen en nuestro camino. Así en el juicio final Jesucristo podrá decirnos: «Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.... Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.»2


1 Mt 25:41‑46
2 Mt 25:34,40