13 feb 18

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de nuestro puño y letra
La señal de la cruz
por Carlos Rey

Cruzando los hondos mares,
después de famosa hazaña
arribó a la Nueva España
don Nuño de Valladares....

La guardia de la nobleza
llena, con sus caballeros,
las calles de los Plateros,
con don Nuño a la cabeza.

De pronto extraña impresión
turbó de Nuño la calma,
que iluminando su alma
miró a Rosa en un balcón....

... con la misma pasión
se cruzaron sus miradas,
cual se cruzan dos espadas
que buscan el corazón.

Se apartó de allí el doncel,
quedando con alma ansiosa,
don Nuño pensando en Rosa
y Rosa pensando en él.

Al mediar un mes de enero,
Rosa sola, en su retrete,
leyendo está este billete
que le escribió el caballero:

«No tiene más luz el sol
que tus ojos, vida mía,
lo juro por mi hidalguía
de cristiano y español....

»Te he visto, ¿por qué te vi?
no merezco tal tesoro,
no quiero amar, y te adoro,
y estoy muriendo por ti....

»Renombre y fortuna loca
te ofrezco, amante, de hinojos,
por un rayo de tus ojos,
por un beso de tu boca.

»Di si me puedes amar,
que al negarme tal ventura
iré a llorar mi amargura
al otro lado del mar....

»En tu balcón, por favor,
respóndame una señal:
una cruz blanca, mi mal,
una cruz verde, ¡mi amor!

»Mañana, al rayar la luz,
no olvides, mi estrella pura,
que buscaré mi ventura
en el color de la cruz.»

Y dicen que el noble aquél,
con miedo [y con] alegría,
al brillar el nuevo día
y a sus palabras fiel,

cruzó lleno de pasión
frente al balcón de su amada,
y una cruz verde fijada
vio en la reja del balcón.

Amó a don Nuño la dama,
y de sus tiernos amores,
de sus dichas y dolores
nada nos dice la fama.

Algún cronista asegura
que llegaron al altar,
teniendo siempre en su hogar
riqueza, paz y ventura.

Alguno da por perdida
de esta historia la verdad,
que siempre la humanidad
de lo que pasa se olvida.

Mas la calle no se pierde
en donde Rosa vivió,
pues el pueblo la llamó
la calle de «La Cruz Verde».1

En estos versos el romántico poeta mexicano Juan de Dios Peza nos hace recordar aquellos tiempos en que las crónicas tenían un fin agradable y feliz. Tal vez «así no sea la vida», pero a muchos nos gustaría pensar que puede serlo. ¿Y por qué no? La calle que serpenteaba hasta el Calvario en las afueras de Jerusalén, la llamada «vía dolorosa», tampoco ha pasado al olvido. Al contrario, esa calle nos recuerda que Jesucristo, el Hijo de Dios, manchó de rojo una cruz, muriendo en nuestro lugar por el amor incomparable que nos tiene. Y nos recuerda que si nos entregamos a Él de corazón, nos responderá con la señal de esa cruz roja en la que vertió su sangre, y seremos felices con Él por toda la eternidad.2


1 Juan de Dios Peza, Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México (México: Editorial Porrúa, 1992), pp. 11-14.
2 Heb 9:11-28