17 may 17

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de nuestro puño y letra
«La más honda tristeza»
por Carlos Rey

Yace en paz, sola y rendida
de Tenoch la ciudad bella;
parece que impera en ella
la muerte más que la vida....

No cubren mantos de pluma
los cuerpos de altivos reyes;
tiene otro Dios y otras leyes
la tierra de Moctezuma....

Frente a la anchurosa plaza,
cerca del teocal sagrado
y del palacio olvidado
que pronta ruina amenaza...

en corta y estrecha calle
desde la cual, el que pasa
mira fabricar la casa
del alto marqués del Valle,

así en la noche sombría
como en la tarde callada
y al fulgor de la alborada
con que nace el nuevo día

en toscas piedras sentado
y con harapos vestido;
entre las manos hundido
el semblante demacrado;

un hombre de aspecto rudo,
imagen de desventura,
siempre en la misma postura
y como una estatua mudo;
inclinada la cabeza
allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
de la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿qué medita?
¿qué dolor su alma destroza
que ni llora, ni solloza,
ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
tanta tristeza ignorada,
que la gente acostumbrada
clama al verlo: ¡el indio triste!

Le conocen por tal nombre
en el palacio y la nobleza,
y dicen: es la tristeza
que tiene formas de hombres.

A nadie llegó a contar
su tenaz dolor profundo;
siempre triste lo vio el mundo
en aquel mismo lugar;

tal vez fue algún descendiente
de los nobles mexicanos,
que al ver en extrañas manos
y en poder de extraña gente

la nación que libre un día
vivió con riqueza y calma,
sintió en el fondo del alma
horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
viendo a su nación cautiva,
fue la expresión muda y viva
de la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
en igual sitio sentado,
y allí pobre y resignado
de su tristeza murió.

Su desconocida historia
al vulgo pasma y arredra,
y en tosca estatua de piedra
honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
que al tiempo nada resiste,
y «Calle del Indio Triste»
esa calle se llamó,

sin poder averiguar
con ciencia ni sutileza
la causa de la tristeza
del indio de aquel lugar;

pero en nuestro hermoso valle
y en nuestra mejor ciudad,
pasan de edad en edad
ese nombre y esa calle.1

Si bien es lamentable que muriera de tristeza «el indio triste» de estos nostálgicos versos del poeta mexicano Juan de Dios Peza, es aún más triste que aquel indio ignorara el verdadero deseo de ese «otro Dios» que ahora tenía su tierra. Ese Dios quería y podía hacerlo feliz, ¿pero cómo iba a saberlo él? ¿Acaso no era el Dios de los conquistadores? Lo cierto es que al desposeído indígena de América, Dios deseaba darle un hogar en el cielo que superara mil veces al que tenía en «la tierra de Moctezuma».2 Y quiere hacernos felices también a nosotros. Si aceptamos su oferta, podemos comenzar a disfrutar de ella hoy mismo.


1 Juan de Dios Peza, «El indio triste», Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México (México: Editorial Porrúa, 1992), pp. 9,10.
2 Jn 14:1‑3