14 jul 17

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de nuestro puño y letra
«Nuestros juguetes preferidos»
por Carlos Rey

(Antevíspera del Día del Niño en Venezuela, 3er. domingo de julio)

«Si mi infancia fue feliz; si mi infancia me llama y sonríe de continuo a través de los años —comenta Mamá Blanca en sus Memorias—, es porque transcurrió libremente en plena naturaleza y porque tan libre transcurrir iba no obstante encauzado como van los ríos. Ni mis hermanitas ni yo nos vimos jamás presas entre cuatro paredes, rodeadas de cajas de dulce, de muñecas, de carros, de caballos de cartón, de todos esos horribles juguetes tenebrosos, que como los pesares de la vida adulta tiene por fuerza que sobrellevar la infancia....

»Nuestros juguetes preferidos los fabricábamos nosotras mismas bajo los árboles, con hojas, piedras, agua, frutas verdes, tierra, botellas inútiles y viejas latas de conservas. Al igual que los artistas, sentíamos así la fiebre divina de la creación; y, como los poetas, hallábamos afinidades secretas y concordancias misteriosas entre cosas de apariencias diversas. Cuando cogíamos, pongo por caso, una latica vieja, y con un clavo y una piedra le hacíamos un agujero, al cual adaptábamos una caña o un timón; a éste un par de tusas o cuescos de mazorca que hacían el papel de bueyes; a cada tusa o cuesco dos espinas curvas que imitasen dos cuernos; al todo una caña larga o sea una garrocha y remedando la voz de los gañanes, gritábamos a las tusas rebeldes:

»—¡Arre, buey! ¡Atrás, Golondrina! ¡Apártate, Lucerito!

»Con la lata, las dos tusas y las cuatro espinas, habíamos hecho un carro con su yunta y habíamos hecho también un poema.»1

¡Qué creativos eran los niños de aquellos tiempos descritos en esta novela clásica de Teresa de la Parra titulada Las Memorias de Mamá Blanca, publicada en 1929! Pero gracias a Dios, la creatividad infantil no se limita al siglo veinte ni a los siglos anteriores. Los niños del siglo veintiuno siguen siendo creativos porque no han dejado de sentir esa misma «fiebre divina de la creación» a la que se refiere la autora venezolana. Es que a cada uno, desde el vientre de la madre, Dios le imprime su sello creativo. Pues todos somos creados a su imagen y semejanza,2 incluso con su creatividad divina. El hecho de que los juguetes preferidos de Mamá Blanca los fabricaran las niñas mismas se debe a que habían sido dotadas por su Creador con ese deseo y con esa capacidad.

Ahora bien, el mismo Dios que nos creó así, nos creó también con la libertad de hacernos hijos suyos o de rechazarlo como nuestro Padre celestial.3 Bien pudo habernos creado como robots o autómatas, pero así habríamos dejado de ser como Él. Así que nos dio la opción de formar o no formar parte de su familia, a fin de que fuéramos la más excelsa creación posible y para que nuestro amor por Él no fuera por obligación sino por elección y de todo corazón. Optemos, pues, por ser hijos suyos ejemplares, como miembros de la familia más creativa del universo.


1 Teresa de la Parra, Las memorias de Mamá Blanca (Caracas: Monte Ávila Editores, 1985), pp. 129-30.
2 Gn 1:26-27
3 Jn 1:12