10 feb 17

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de nuestro puño y letra
«Si mi señor padre no quiere»
por Carlos Rey

«—Desdiantes te lo dije: que dejaras en paz a l’Úrsula; y véyo que bos seguís siempre en tu necedá.

»—¡Pero, señor Conse!

»—Nuay señor Conse que te valga... siempre pegado a la muchacha como una garrapata... O la dejás en sosiego, o te las tenés que ver conmigo....

»—¡Pero, señor Conse! Véya...

»—¿Quéeee? —gritó con voz colérica, y aproximando a la de Bruno su cara tinta en furia—. ¿Qué es lo que tengo que mirar? Ya te lo dije dos veces. Y a la tercera es la vencida. Anda con cuidado....

»... Bruno quería con locura a la Úrsula; la Úrsula quería, con idéntica locura, a Bruno; pero en medio de ese paréntesis rosado, se dibu­jaba un punto negro, intenso...: el señor Conse.... El tata de la Úrsula era hombre de perfectas malas pulgas, competente en esgrimir el garrote y, a su debido tiempo, en desenvainar, con éxito, su inseparable daga.... ¿Pero qué mala acción, digna de tan cruel tormento, cometía él, queriendo como quería a la Úrsula, con tan buenas intenciones y con tan honrado fin?... Todo era obra del tuerce, de su mala estrella y su ruin pobreza. Si él tuviera algo..., entonces... el señor Conse se conduciría de distinta manera. Pero como él era un pelado, un cualesquier cosa, un naide....

»... Cuando su padre murió a consecuencia de unas tercianas que pescó en las riberas del Río Sucio... toda la carga de la familia apesadumbró a Bruno. Y era por ello que el pobrecillo iba arrastrando esa vida azarosa, y por ello, también, que el señor Conse le justipreciaba en muy poco para que pudiese desposar a su hija....

»... Una tarde, regresando la Úrsula de uno de los ranchos de los colonos... salióle al paso.... Tomó, osadamente, la mano de la muchacha, y así encadenados siguieron caminando....

»—¿Úrsula?... Si me querés asina como decís, ¿por qué no te casás d’una vez conmigo a’nque tu tata no quiera?

»La muchacha, espantada... exclamó:

»—¡No, eso nunca! Si mi señor padre no quiere, me quedo p’a vestir santos; pero yo no le salgo con una jangada. ¡Palabrita...!

»En la actitud de la muchacha había tal expresión de sinceridad que Bruno sintió tribulación.

»Abatió la cabeza ante la decisión de la muchacha y, sin decirle nada, sin despedirse siquiera, se fue alejando. La Úrsula se quedó como clavada en tierra; y no fue sino hasta que Bruno se perdió entre la arboleda que ella, tomando la punta del delantal, se la llevó a los ojos y enjugóse con ella una lágrima traicionera.»1

Este cuento titulado «El Bruno», escrito por el autor salvadoreño Arturo Ambrogi, nos muestra el extremo al que han llegado algunos padres de familia, especialmente en épocas pasadas, en su afán de proteger a sus hijos. Pero también lleva la intención de recordarnos lo injusta que puede ser la vida en el caso de los pobres que son víctimas de las circunstancias del hogar en que se criaron. Menos mal que Dios el Padre celestial está dispuesto hoy mismo no sólo a proteger a sus hijos de toda influencia perjudicial, sino también a permitirles que se valgan de la voluntad que les dio para que tomen las decisiones más importantes de su vida, incluso la decisión que cada uno tiene que tomar inicialmente para llegar a ser hijo suyo.2


1 Arturo Ambrogi, El jetón y otros cuentos (San Salvador: UCA Editores, 1976), pp. 128-36.
2 Jn 1:12