8 ago 17

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de nuestro puño y letra
«La marimba»
por Carlos Rey

(Víspera del Día Internacional de las Poblaciones Indígenas)

Lentamente,
lentamente —cual si fuera
una gota que cayera
desde el mármol de la taza de una fuente—
tal preludia la marimba una extraña sinfonía,
saturada de amargura y de cruel melancolía
con sus teclas de madera.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Es el alma de una raza; de una raza que no existe,
de una raza ya extinguida, libre, indómita y valiente.
Es el alma de Votán,
es el alma de Lempira
que en la música suspira;
es el alma de los indios que mandó Tecún Umán,
siempre, siempre a la victoria,
siempre al triunfo y a la gloria;
es el alma brava y fuerte
de aquel fiero luchador
que encontró gloriosa muerte
en la punta de la lanza del feroz conquistador...

Es la pobre raza extinta
del Imperio Cachiquel;
es la raza de aquel pueblo que dejó con sangre tinta
la antes clara ninfa pura del gran río Xequijel:
es el alma de la raza de los grandes sacrificios,
triunfadora en mil combates, triunfadora
hasta el día en que los teules, con engaños y artificios,
redujéronla a ignominia,
a infamante vasallaje....
¡Esa raza es la que llora,
que solloza de coraje,
de despecho y de impotencia en la música salvaje,
en la nota plañidera
del indígena instrumento de teclado de madera.

Escuchad la sinfonía
de cruel melancolía;
escuchad, ¡qué sentimiento
el que vibra entre las notas del indígena instrumento!
¡Nunca ríe, nunca canta!
Es cual pájaro cautivo que jamás cantó alegrías,
ni jamás de su garganta
ha brotado más que el lloro
de sus tristes elegías,
en las frías
soledades de sus cárceles de oro...

¿Qué le importa a la vencida
raza extinta, vuestros dones, vuestra lengua
que no entiende?
¿Qué le importa que en el nombre del Dios bueno,
del Dios hombre,
arrasaran sus altares
si para ella es mudo el cielo,
si es su vida
sólo oprobio, cautiverio, sólo mengua?
¿Qué le importa? Ya no es de ella el rico suelo
que regaron sus mayores, con su sangre generosa...

¿Qué le importa al indio eso
que llamáis libertades y progreso,
si es del amo su cabaña y sus hijos y su esposa?
¿Qué le importa? Si de aquella raza libre, brava y fuerte
que sufrió sin inmutarse los tormentos y la muerte,
habéis hecho solamente las acémilas de carga
que se arrastran tristes, mudas, bajo el peso
de su amarga dura suerte...

¡Oh, dejadle que solloce, que se queje a su manera!
Solamente le ha quedado su marimba de madera....1

Así cuenta en verso la triste historia de la conquista de su tierra el poeta hondureño Francisco Figueroa. Al poema le pone por título «La marimba», pues se vale de ésta como medio musical para transmitir, cual memorial de agravios, los melancólicos lamentos de los indígenas que la habitaban. Pero más triste aún es que los conquistadores hayan cautivado, atormentado y matado a los dueños de ese rico suelo «en el nombre del Dios bueno, del Dios hombre», que es Jesucristo. Pues Cristo les enseñó todo lo contrario a sus seguidores: que amaran no sólo al prójimo sino también al enemigo, y que trataran a los demás tal y como querían que éstos los trataran a ellos.2 Es decir, si hubieran seguido esa sola enseñanza de Aquel en cuyo nombre perpetraron sus atrocidades en el Nuevo Mundo, aquellos conquistadores habrían conquistado a sus semejantes indoamericanos con amor y no con engaños ni por la fuerza de sus armas, y la historia transmitida por aquella melódica marimba habría sido del todo diferente.


1 Francisco P. Figueroa, «La marimba», 100 poesías famosas del mundo y Honduras (Tegucigalpa: Graficentro Editores, 1998), pp. 35-38.
2 Mt 5:43-44; 7:12