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Me dijeron: —¿Lo conoces? El gallo cantó tres veces, —¿Estabas con Jesucristo? El gallo cantó tres veces, —¿Eres uno de los suyos? Después de escuchar tres veces El gallo cantó tres veces, Así narra en verso el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez la historia del gallo de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Lo hace de manera excepcional desde el punto de vista del apóstol Pedro: el mismo Pedro que quiso caminar con Cristo sobre el lago de Galilea, pero no tuvo suficiente fe para lograrlo; 2 el mismo Pedro que no pudo mantenerse despierto en el huerto de Getsemaní mientras Cristo velaba en oración; 3 el mismo Pedro que, por no comprender que Cristo tenía que morir por los pecados del mundo, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote cuando Judas entregó a Cristo en manos de sus enemigos. 4 Esa misma noche, mientras aquellos enemigos procesaban a Cristo injustamente a fin de crucificarlo, Pedro lo negó tres veces, 5 ¡a pesar de que Cristo mismo le había dicho que iba a hacerlo y Pedro le había asegurado que eso jamás sucedería! 6 Pero esa es la parte del relato de Bernárdez que ha hecho historia, acuñada en dichos y refranes, que conocen hasta los que no son seguidores de Cristo. La parte que está en tela de juicio, en la que se toma licencia poética el escritor argentino, es la frase al final del poema en la que dice que, cuando el gallo de la Pasión cantó por tercera vez, Pedro lloró por vez primera. No podemos saber con certeza si fue por primera vez, porque el texto bíblico no arroja luz sobre esto. Pero tratándose del que, al parecer, era el más valiente de los apóstoles, es probable que esa haya sido la primera vez que Pedro llorara y, más aún, «amargamente», como dicen las Sagradas Escrituras. 7 Menos mal que Pedro permitió que se rompiera el dique de sus lágrimas, pues a causa de su arrepentimiento sincero Jesucristo lo restituyó, preguntándole tres veces si de veras lo amaba. Con eso Cristo le dio a entender que ya lo había perdonado por las tres negaciones. 8 Y con eso Pedro pudo experimentar en carne propia la veracidad de la bienaventuranza de Cristo que dice: «Dichosos los que lloran, porque serán consolados.» 9 |
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