«¡Esto es Jauja!»

20 ago 2018

La cárcel de Jauja, Perú, estaba de lo más animada. No se parecía en absoluto a las demás cárceles del mundo, que tienen fama de albergar tristeza, frustración y amargura, ya que ese día la cárcel de Jauja estaba de fiesta. ¿De dónde venía tanto alborozo? De unos doce presos, todos borrachos, que cantaban, bailaban y se divertían como si no estuvieran entre rejas. Pero, ¿cómo habían conseguido la bebida? La habían fabricado ellos mismos mezclando agua con frutas y verduras en estado de descomposición.

¡Qué coincidencia que ocurriera esto en Jauja! Aquellos reclusos habían inventado, sin proponérselo, no sólo su propia bebida sino también una situación que tiene cierta relación con el lugar donde estaban presos. Es que Jauja es el nombre que en el siglo dieciséis el dramaturgo sevillano Lope de Rueda le dio a una maravillosa ciudad ficticia debido a la fama que tenía la verdadera Jauja, primera capital del Perú, por la fertilidad de su suelo y la salubridad del aire que allí se respiraba.

Durante la época de la colonia española, corrió la voz en España que el clima de Jauja curaba las enfermedades, especialmente las del aparato respiratorio, y que allí se podían cultivar todos los frutos imaginables. Lope de Rueda, en la pieza que escribió en 1547 titulada La tierra de Jauja, la describe como un edén donde las fuentes manan leche, los árboles producen pasteles y las montañas son de queso. De ahí que a la ciudad de Jauja se le llegara a considerar una utopía, un lugar de reposo a la par del paraíso, y que se acuñaran las expresiones populares «¡Esto es Jauja!» y «vivir en Jauja» como equivalentes de una vida de placidez y de abundancia.1

¿Quién hubiera pensado que más de cuatro siglos después de la muerte de Lope de Rueda los presos de Jauja crearían un ambiente carcelario propio de la expresión: «¡Esto es Jauja!», al «vivir en Jauja» tanto en sentido literal como figurado? Pero lo lamentable, y no deseable, de la situación que inventaron aquellos hombres fracasados, arrojados al presidio por delitos cometidos, es que no tenían más visión, más futuro, más ideales ni más esperanza que seguir emborrachándose.

Más vale que los que estamos encarcelados, ya sea entre rejas, o dentro de las cuatro paredes de nuestra casa bajo el mando despótico del cónyuge, o detrás de la telaraña de temores legítimos o infundados, reconozcamos que la única vida verdadera de placidez y de abundancia, una vida realmente tranquila y con el bienestar asegurado, es la que nos ofrece Jesucristo, el Libertador de toda situación en que pudiéramos encontrarnos. Él murió en la cruz para que nosotros podamos «vivir en Jauja» no sólo en esta tierra sino también en el paraíso celestial, que bien pudiera tener en la entrada un aviso que diga: «¡Esto sí es Jauja!»


1 Alberto Buitrago Jiménez, Dichos y frases hechas (Madrid: Espasa Calpe, 1997), p. 185; y Esteban Giménez, «Esto es Jauja», Del dicho al hecho (San Pablo, Argentina: Belca) <http://www.arcom.net/belca/del_dicho/esto%20es%20jauja.htm> En línea 23 junio 2002.
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