«¡Adiós, Madrid!»

15 ago 2018

Cuentan que un zapatero remendón vino a Madrid a hacer fortuna, pero le fue tan mal que tuvo que regresar a su pueblo de origen. No obstante, al salir de la ciudad se dio vuelta para mirarla, y dijo con melancolía: «¡Adiós, Madrid, que te quedas sin gente!»

En la obra titulada Dichos y frases hechas, sus autores Belén Bermejo y José Calles explican que esta expresión popular se emplea «sobre todo cuando en la capital de España se despide a alguien cuya presencia no se estima o su persona carece de importancia». Por eso añaden que, como suele suceder con tantas otras expresiones, siempre se dice con marcada ironía.1

Lamentablemente, en la actualidad hay cada vez más personas alrededor del mundo que, en lugar de decir: «¡Adiós, Madrid!», o: «¡Adiós, Ciudad de México!», o: «¡Adiós, Buenos Aires!», o: «¡Adiós, Caracas!», o: «¡Adiós, Lima!», o: «¡Adiós, Bogotá!», dicen más bien: «¡Adiós, mundo cruel, que te quedas sin gente!» Y lo dicen no sólo con un dejo fatal sino con el mismo dejo de ironía. Pues aunque tal vez no lo escriban así en una nota de suicidio, están convencidas de que, a los ojos del mundo, carecen de importancia alguna y por eso su ausencia ni siquiera será sentida.

¡Qué trágico! Al parecer, esas personas no están conscientes de que su muerte causará un doble perjuicio: que no sólo herirán en lo más profundo a los seres queridos que por una u otra razón no las han convencido de lo contrario, sino que también herirán la sensibilidad de su Creador. Pues no comprenden que, a los ojos de Dios, sí tienen importancia, ¡y no poca sino mucha! Son tan importantes que Él envió a su único Hijo Jesucristo al mundo para dar su vida por ellas. ¡Así de grande es el amor que Dios les tiene!2

De modo que cuando una persona se suicida, está en efecto diciendo que Cristo entregó su vida en vano por ella. Y para colmo de males, esa persona se pierde la vida con propósito que Él vino a darle. Pues Cristo vino al mundo no sólo para morir por nosotros, sino también para darnos una razón para vivir.3

Para los que en esos casos fatales quedamos preguntándonos cómo pudo tal cosa haber sucedido y por qué, es de esperarse que nos alarmemos por la estadística de una muerte por suicidio cada 40 segundos, así como por el pronóstico de que está por duplicarse esa cifra a una muerte por suicidio cada 20 segundos.4 Pero no nos demos por vencidos. Más bien armémonos espiritualmente con toda la armadura de Dios5 a fin de ayudar a los que hayan contemplado ponerle fin a su existencia en el pasado, o que tal vez ahora mismo estén contemplando el suicidio, y así hacerle frente juntos al ladrón de nuestra alma. Pues Jesucristo mismo nos advirtió que ese ladrón «no viene más que a robar, matar y destruir», mientras que Él vino para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia.6


1 José Calles Vales y Belén Bermejo Meléndez, Dichos y frases hechas (Madrid: Editorial LIBSA, 2000), p. 96; Gregorio Doval, Del hecho al dicho (Madrid: Ediciones del Prado, 1995), p. 5.
2 Jn 3:16
3 Mt 20:28; Jn 10:10; Ro 5:8; 1Jn 4:10
4 «Datos y cifras sobre el suicidio: infografía», Organización Mundial de la Salud, Salud Mental  <http://www.who.int/mental_health/suicide-prevention/infographic/es/> y «Suicide Statistics» (Estadísticas de suicidio), Befrienders Worldwide: volunteer action to prevent suicide (Enlazadores de Amistad en todo el Mundo: acción voluntaria para prevenir el suicidio) <https://www.befrienders.org/suicide-statistics> En línea 13 febrero 2018.
5 Ef 6:10-18
6 Jn 10:9-10
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