No lo ignore

3 ago 2018

A don Jorge Font Saldaña le gustaba la tradición, sobre todo cuando él tenía la oportunidad de crearla y perpetuarla. Una de esas tradiciones ocurría cada año con motivo de la conmemoración del natalicio del prócer cubano José Martí. Aquella noche no habría de ser diferente. En presencia de sus compañeros del Partido Popular Democrático y de los demás miembros de la Cámara de Representantes de Puerto Rico, pronunció una vez más un enjundioso discurso sobre las virtudes de Martí.

Al día siguiente, cuando ya se acercaban al final de otra larga sesión, uno de sus colegas pidió la palabra durante el llamado «turno de la posteridad» para pronunciar un discurso sobre asuntos agrícolas. Pero cuando alguien presentó una objeción, se siguió al pie de la letra el reglamento de la Asamblea y no se le permitió pronunciar su discurso. Ante la aparente injusticia, el ofendido diputado les recriminó a sus compañeros: «A mí no me dejan hablar, pero anoche le permitieron al compañero Font Saldaña estar hablando como tres horas sobre un tal Martín.» Según el relato de Antonio Quiñones Calderón: «Las risas ahogaron el recinto.»1

Si bien es cierto que es lamentable y hasta risible que alguien ignore la identidad de uno de los campeones de nuestra independencia física, debiera parecernos más lamentable aún que alguien ignore la identidad del único Campeón de nuestra independencia espiritual. El que se convence de que no tiene la culpa de ciertos asuntos que ignora debe reconocer que la ignorancia no resuelve nada ni salva a nadie. ¿Acaso el ignorar la función de las señales de tránsito lo salva a uno de sus consecuencias naturales? Sería absurdo alegar en un juzgado: «¡Pero, Señor Juez, yo no sabía que el semáforo en rojo significa que hay que detener la marcha, de modo que no tengo la culpa de la muerte del chofer del vehículo con que choqué!»

En el caso de nuestra independencia espiritual, lo que no podemos darnos el lujo de ignorar es que hay un solo prócer, Jesucristo, el Hijo de Dios. Él se alzó en armas espirituales contra el poder de nuestro enemigo común, Satanás, y lo venció con un arma y de un modo inusitados. Se armó de amor, desarmó con su muerte en la cruz a ese explotador de nuestras debilidades humanas, y lo derrotó de una vez por todas cuando venció a la muerte.2 Compró con su muerte y selló con su resurrección nuestra independencia del reino del Maligno.

¿Por qué no comenzamos una nueva tradición? En vez de ignorar a Cristo al no hacerle caso o dar la impresión de que no sabemos que es nuestro prócer espiritual, conmemoremos no sólo su nacimiento sino también su muerte y resurrección, con que consumó nuestra salvación. Pero no lo hagamos apenas con un discurso sobre sus virtudes sino con el concurso de una vida consagrada a su causa de libertad espiritual.


1 Antonio Quiñones Calderón, Anécdotas políticas (San Juan, P.R.: The Credibility Group, Inc., 1996), p. 85.
2 Heb 2:14‑15; 7:27; 10:10‑13
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